Primero conozco el amor manifestado por Cristo, le correspondo con mi amor y confío en Él. Dios se ha comunicado con la humanidad a través de su Palabra. Pero la comunicación no es completa cuando algo ha sido dicho, sino cuando lo dicho es oído y cuando hay una respuesta.


La fe es esa respuesta del hombre a la Palabra de Dios.


Se distinguen dos formas de conocer: ver y creer. Cuando vemos llegamos directamente a una verdad por experiencia. Cuando creemos no vemos, pero hay alguien de fiar que nos comunica lo que él vio. Tiene que ser, claro está un testigo fidedigno. De esa manera, creo que la medicina que me da el médico me curará.


Utilizar la mediación de una buena fuente, es un camino normal para acceder a muchas realidades inalcanzable, porque suponemos que lo que nos dicen es verdad.


Creer en sentido estricto implica creer con certeza; no simplemente suponer, sino tener incondicionalmente por verdadero algo que no se ve. ¿Por qué? Porque nos apoyamos plenamente en el testimonio de otro. O sea, que en realidad no estoy creyendo algo, sino que estoy creyendo a alguien. Así, el niño cree sin reservas lo que dice su mamá. Tiene que ver con una confianza total en el testigo.


Propiamente esta fe sin reservas no puede darse legítimamente en un ser humano. Propiamente sólo podemos creer en Dios.


También en el ámbito sobrenatural hay un ver y un creer. Después de esta vida, en el Cielo, veremos a Dios directamente. Pero mientras tanto, solo podemos creer en Él. Le conocemos mediante el testimonio de otro. Pero no basta con creer algo. Solo podemos hacerlo, si antes creemos en alguien.


La fe nos pone en contacto con el saber de Dios. Creer es un modo de acceder a una nueva realidad. Nos muestra una nueva y gozosa dimensión de la realidad. ¿Quién es el testigo que nos la da a conocer? Ese testigo es Jesucristo, el único que ha visto a Dios, porque es Dios. Se trata de creer que este testigo realmente es Dios que me habla. Para poder creer lo que me dice, tengo que creer primero en Él.


El acto de fe, aunque sea razonable, en última instancia es un ‘rendirse’ de la razón. Quien realmente cree en Dios sabe que se lo debe todo. El conocimiento de Dios no se alcanza solo con la razón, sino con el corazón, es decir, con la entrega de la persona entera. Como la inteligencia no llega nunca a la evidencia sobre Dios, la voluntad debe tomar una decisión. El hombre puede ser obligado a hacer todo tipo de cosas contra su voluntad, pero solo puede creer si quiere creer.


Pero ¿por qué queremos poner nuestra confianza en otro? Nunca podemos precisar completamente por qué creemos en una persona. Normalmente no se debe a una razón única, sino a un conjunto de motivos que confluyen en el impulso a creer. Cuando Dios habla al hombre no le hace conocer ‘cosas’, sino que le abre su intimidad y le manifiesta su amor sin límites. ¿Por qué, entonces, queremos creer? En definitiva, creemos porque amamos. Creemos en Cristo porque lo hemos conocido de manera tal que ha surgido en nosotros el amor por Él.


La fe es, en cierto modo, una declaración de amor a Dios. Es un corresponder a su amor con nuestro amor. La fe cristiana no es un conocimiento puramente teórico, es conocimiento siempre afectivo y enamorado, es el acto de una inteligencia devota y amante. En definitiva, se trata de corresponder al amor de quien nos amó primero.


Primero conozco el amor manifestado por Cristo, le correspondo con mi amor y confío en Él, después, creo todo lo que Cristo ha revelado. Aunque no logre entenderlo.
“Nosotros somos los que hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él” (1Jn 4,16).


Este artículo es resumen y adaptación de un escrito de Jutta Burggraf.

 

Artículos relacionados.

Compartir