Solo lo que dura para siempre corresponde de verdad a la medida del corazón humano. Hay que poner en guardia a los jóvenes frente al peligro de banalizar el amor.

Para descubrir los rasgos constitutivos del amor debemos remitirnos a su manantial: El gesto del Padre Dios, al crear al hombre y a la mujer. Dios quiso hacerles partícipes de su propia naturaleza comunitaria (trinitaria) y ha impreso en sus corazones un imparable dinamismo de apertura y de don. 

La diferencia sexual es el lugar privilegiado que invita a salir del yo hacia el tú y permite el don de sí mismo que es propio del amor. Tal don implica la apertura a la fecundidad. De lo contrario no sería don total, sino condicionado.Uno toma conciencia de sí mismo solo dentro de una relación. Uno no tomaría nunca conciencia de sí mismo si permaneciera solitario.

Diferencia sexual, don total de sí, apertura a la fecundidad: ese es el itinerario que debe recorrer, necesariamente, el amor verdadero. 

La necesidad-deseo del otro que experimento yo como varón o como mujer no indica una deficiencia, sino que es eco de una gran tendencia hacia esa plenitud que se vive en la unidad-trinidad de Dios, porque hemos sido creados a su imagen y semejanza. En el misterio de la Trinidad está presente la diferencia más radical dentro de la unidad más absoluta: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. 

En la publicidad se suele tratar a la mujer como un bien de consumo, terminando por convertirla en una mercancía. El feminismo extremo tiende a la masculinización de la mujer y deforma su identidad hasta el punto de anularla.

Cada ser humano sale de las manos de Dios como una criatura única e irrepetible. Jamás será intercambiable con ningún otro. “Tú me has tejido en el vientre de mi madre” (Salmo 139,13). “En la palma de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16). “Con amor eterno te he amado” (Jr 31,3). 

Desde toda la eternidad soy objeto de amor por parte de Dios. Para que yo comenzara a existir ha sido necesario que Otro me haya querido. Para que yo siga existiendo es necesario que Otro siga queriéndome. Si el ser humano corta el cordón umbilical que lo une como hijo al Padre celestial, entonces pierde la brújula y en su navegar por la vida, se hunde como un náufrago.

En el matrimonio ofrecen los cónyuges mutuamente la totalidad de su ser, que incluye también el cuerpo, y se manifiesta en el cuerpo.

“Yahvé me llamó desde el seno materno; desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre” (Is 491). La vida no es, ante todo, un proyecto mío, sino mi respuesta a la llamada de Otro.

Solo lo que dura para siempre corresponde de verdad a la medida del corazón humano. No se puede llamar felicidad a lo que es tan efímero como la llama de un fósforo.

No hay amor sin el peso de la cruz. “No hay prueba de amor más grande que dar la vida por la persona a la que se ama” (Jn 15,13).

El paso desde el enamoramiento hasta el amor implica asumir una responsabilidad y un compromiso de construir una vida en común.La unión entre el hombre y la mujer se convierte, así, en signo eficaz de la unión entre Cristo mismo y su Iglesia.

Adán no reconoce en ninguno de los animales a su propia compañía. Sólo en Eva.

Al defender la familia basada en el matrimonio heterosexual, fiel, indisoluble y abierto a la vida, estamos defendiendo la sociedad. Si ganamos, gana la sociedad entera, si perdemos en la defensa de la familia, la sociedad entera sale derrotada.

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