Amor humano. Foto: Cathopic El primer factor que disuelve hoy la imagen del hombre es la ‘ideología de género’ según la cual el sexo sería un puro dato biológico que no influye en el ser de la persona.

Lo que existe son géneros o roles que dependen de la libre elección del individuo.

El sexo es un objeto más de consumo y carece de una significación especial o personal.

Esta ideología se ha introducido en los acuerdos internacionales sobre la población y la mujer y ha dado lugar a algunas políticas de Estado. Se ha introducido también en el ámbito educativo desde pre-escolar.

Se tiene la pretensión de que la sexualidad no puede estar sometida a ninguna normativa. Por eso no se reconoce el valor social del matrimonio y la familia.

El relativismo ético se encuentra muy extendido. La contradicción es que el relativista considera que su enseñanza no es relativa. Hay algo peor: lo malo pasa a ser bueno y lo bueno, malo. Se niega que el aborto pueda ser condenado como un crimen, pues eso sería una posición absolutista. Conciben el aborto como un derecho de la mujer. Es decir, el aborto pasa a ser tan bueno que se lo declara como un derecho.

No sería posible argumentar a favor del modelo de familia tradicional. De donde se deduce que cualquier relación afectiva podrá dar lugar a una familia.

La distinción entre lo masculino y lo femenino no es algo natural y por eso se puede modificar a voluntad.

Este planteamiento lleva a la destrucción del matrimonio y la familia, pues son vistos como estructuras opresivas. Es un error inmenso creer que la liberación de la mujer consiste en suprimir la familia y en eliminar la diferencia natural entre el varón y la mujer. La liberación no puede consistir en eliminar lo que es propio de la ‘condición femenina natural’.

La práctica de los totalitarismos siempre ha estado orientada al control de las familias. Son celosos de las funciones de la familia como educadora y transitoria de valores y virtudes. La consideran como su competencia en el proyecto de ejercer una hegemonía moral y política.

La vivencia del amor verdadero en el matrimonio es el más contundente argumento contra las pretensiones del falso amor que consiste en un sentimiento pasajero que depende fundamentalmente de la atracción sexual. Para ellos el sexo es independiente del amor, de la familia y del matrimonio.

Si el amor es un sentimiento pasajero, la persona que rompe un compromiso contraído libremente, no obra mal. Si ha dejado de amar (de desear sexualmente), no es irresponsable abandonar a su cónyuge y a sus hijos. Pero todo amor verdadero lo es para siempre.

La familia es la institución social básica. Han existido muchas formas de familia pero todas ellas vinculadas a la procreación.

Los fines fundamentales de la familia son la ayuda mutua de los cónyuges, la transmisión de la vida, y el cuidado y educación de los hijos.

Sin heterosexualidad no hay familia, porque sin ella no hay procreación. Sólo existe familia cuando se da una institucionalización de la transmisión de la vida. Queda así claro que el matrimonio y la familia no constituyen asuntos meramente privados, sino que se trata de instituciones sociales para el bien común.

Los gobernantes se están dejando guiar por la voluntad de grupos de presión.

En este sentido oponerse a leyes injustas o contrarias al bien común mediante la objeción de conciencia no es antidemocrático. Es, por el contrario, parte del derecho a la libertad religiosa.

La misión del Estado no consiste en dirigir la educación ni determinar su contenido religioso o moral, sino en garantizar el ejercicio del derecho a la educación. Es un derecho que ejercen los padres hasta que los hijos alcancen la mayoría de edad.

Entre las funciones del Estado no se encuentra la imposición de una determinada ideología ni la manipulación de las conciencias mediante la fuerza coactiva de las leyes.

Es preciso criticar los excesos de la ideología de género, como expresión de una guerra de sexos, heredera de la lucha de clases del marxismo.

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