Educar a la afectividad es acompañar el deseo más grande de todo corazón humano: el deseo de ser feliz. Nunca ha existido una generación con tanta información sobre sexualidad, y con tan pocas ideas sobre qué hacer al respecto.


Muchos padres, por desgracia piensan que deben ser modernos y seguir lo que hacen todos, porque es inútil ir contra corriente.

Pero al ser humano no le corresponde inventar un sentido para las cosas. A él le corresponde buscar el sentido y el significado que el Creador ha impreso en las cosas. Nos corresponde, pues, descubrir el significado que la sexualidad tiene para el ser humano.

Para muchos actualmente, los significados de la sexualidad pueden ser los siguientes:
- Un modo entre tantos para expresar la relación entre personas.
- El trofeo de algún encuentro en unas vacaciones, un paseo, o una fiesta.
- Un campo de competición entre varón y mujer, donde se midan las fuerzas entre los sexos.
- Un placer que compensa de tantas decepciones que hay en la vida, para el estrés o la soledad.

La dificultad comienza al concentrar la atención exclusivamente en la consecución de un placer, como si todas las otras dimensiones propias de la sexualidad no existieran: el afecto, la amistad, el amor comprometido, la procreación.

En el plan de Dios es posible un auténtico cambio del corazón que es lo que permite al hombre aprender a amar con el amor esponsal de Cristo.

Educar a la afectividad es acompañar el deseo más grande de todo corazón humano: el deseo de ser feliz, que coincide con el deseo de amar y ser amado.

El matrimonio y la familia es el lugar más adecuado para crear un clima afectivo que difícilmente puede lograrse en otros ambientes.

El corazón humano necesita pertenecer a alguien, ser querido y valorado. Si las relaciones familiares no cubren de modo adecuado estas necesidades, el vacío afectivo generado busca compensaciones en el consumo de sustancias o en relaciones esporádicas de pareja para salir de la soledad, aunque sea solo de modo aparente y fugaz.

¿De qué le sirve a la chica acostarse con su novio, si arruina su vida; si no descubre que amar es vivir una relación tan honda que se transforma a través del sacramento del matrimonio en reflejo del amor de Dios, capaz de que valga la pena entregarse para siempre a esa relación? El sentido de la vida humana depende de descubrir este amor absolutamente único y personal.

La entrega sexual, por ser la máxima unión física que hombre y mujer pueden vivir, tiene sentido como expresión corporal de la entrega total de su persona en la alianza conyugal: fiel, indisoluble y abierta a la fecundidad.

Nuestro cuerpo sexuado está ‘hecho para el otro’, para completar nuestra humanidad. Podemos afrontar esa diferencia como ‘batalla de los sexos’ o, en cambio, como una riqueza y establecer alianzas. La alianza esponsal que está escrita en el plan de Dios para el ser humano desde el día de la Creación.

La entrega total del cuerpo es expresión de la entrega total de la persona en una relación definitiva, fiel, que desea la exclusividad y se abre a la fecundidad asumiendo que, de la profunda unidad de dos personas, un nuevo ser humano pueda ser llamado a la vida.

La genitalidad, arrancada de este contexto de comunión y de don recíproco pierde su significado, cede al egoísmo individual, y pasa a ser un elemento extraño que no ayuda a la realización personal, sino que encierra a la persona en sí misma.

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