El bautismo es la raíz de nuestra vida en Cristo. La voluntad de Dios de salvarnos mediante Jesucristo actúa eficazmente en el Bautismo. Por tanto, el Bautismo es la raíz de nuestra vida en Cristo.

 

En el Bautismo, la persona es realmente implicada en aquello que un día aconteció a Cristo: Su paso de la muerte a la vida. Este es el profundo significado del Bautismo. Somos bautizados en la muerte de Cristo. Esto nos confiere los mismos efectos que tuvo la muerte de Cristo: la destrucción del pecado.

En el Bautismo, el hombre participa misteriosamente del acontecimiento de la cruz, y es liberado de su condición de pecado. Así, el Sacramento tiene por objetivo un cambio completo del hombre: el don de la vida nueva, participación real de la vida misma del Hijo de Dios.

“Muertos al pecado, vivimos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 12-14). Esta es la condición nueva en la que el Bautismo nos ha introducido.

La persona humana, muerta al pecado y viviendo en Cristo, debe vivir coherentemente. Se le da al hombre la posibilidad de vivir conforme a su nuevo estado: definitivamente separado del pecado.

La muerte de Cristo es la muerte de nuestro pecado. La vida de Jesucristo es la vida que nosotros ahora debemos vivir. La vida de Jesucristo debe ser transportada a la vida y a la acción de quienes están bautizados en su nombre.

El bautismo es así el fundamento de toda conducta cristiana. Porque, en este sacramento, hemos sido llevados de la existencia en el pecado, a la existencia nueva; hemos sido hechos partícipes de la misma vida filial de Cristo. No hemos hecho una misma cosa con él.

Pero nuestra inserción en Cristo no alcanza su perfección si no es en la Eucaristía. En la celebración de la Eucaristía se hace continuamente presente el sacrificio de la muerte de Cristo. El acto de su donación ilimitada en la Cruz se actualiza cada vez que celebramos la Eucaristía.

Recibiendo la Eucaristía participamos de lo que ella es; y esta participación en la Eucaristía constituye el fundamento de nuestra vida en Cristo. La Eucaristía nos muestra que hemos sido amados por Cristo hasta la muerte, y que ya no nos pertenecemos, sino que debemos corresponderle, mediante el don total de nosotros mismos. Jesús arranca al creyente de la posesión egoísta de sí mismo y lo hace partícipe del mismo amor de Dios. Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que pertenecemos a Aquél que ha muerto por nosotros; y recibimos el mandamiento de amar como ama Jesús.

Se puede decir que también la Eucaristía es el fundamento de la conducta cristiana porque la Eucaristía lleva a perfección lo que el Bautismo inicia. En el centro de la Eucaristía se halla el acto de entrega incondicionada de Cristo por amor. De ese amor nos hacemos partícipes mediante el Bautismo y la Eucaristía. Como Cristo, también nosotros debemos entregar la vida radical y totalmente por amor.
Debemos comulgar con frecuencia el cuerpo de Cristo eucarístico. Porque: “quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56).

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