Vocación de Madre. Foto: Leandro Cesar Santana.- La unión de los dos esposos en una sola carne se abre hacia una nueva vida, que es también persona a semejanza de sus padres. Pero la disponibilidad y apertura hacia la nueva vida se realiza en la mujer de una manera especial.
La mujer se realiza en plenitud como persona, precisamente en ese don sincero de sí, que implica el concebir y dar a luz un hijo.


Ambos esposos participan del poder creador de Dios cuando se convierten en padres. “He adquirido un varón con el favor de Yavé” (Gn 4,1) dirá Eva cuando nace su primer hijo. Pero el organismo de la mujer tiene una disposición natural para la concepción, la gestación y el parto del niño.  Lo mismo sucede también con la estructura sicológica de la mujer.

La maternidad constituye la parte más cualificada en el proceso hacia una nueva vida humana. El engendrar absorbe literalmente las energías del cuerpo y del alma de la mujer.  El varón debe ser consciente de que, en el proceso de ser padre, él contrae una deuda especial con su esposa.  La educación de los hijos deberá abarcar la aportación tanto del padre como de la madre. Sin embargo, la aportación materna es decisiva para la nueva personalidad humana
La mujer como madre tiene, en este sentido, una precedencia sobre el varón.

Ella imprime un signo especial sobre todo el proceso de hacer crecer como personas a los nuevos hijos. El modelo bíblico de la mujer culmina en la maternidad de la Madre de Dios, que es el comienzo de la salvación en Cristo.
Solamente gracias al ‘fiat’ de María, Jesús puede decir: “Me has formado un cuerpo. He aquí que vengo para hacer ¡oh Dios! Tu voluntad” (Hb 2,35).  Ahora bien, en el proceso, a esta Madre “una espada le atravesó el corazón” (Lc 2,35).

Contemplando la imagen de la Dolorosa, el pensamiento se dirige a todas las madres que sufren. El dolor de María se une al dolor redentor de Cristo.  A menudo la mujer sabe soportar el sufrimiento mejor que el varón.  Recordemos el sufrimiento de una madre por sus hijos, especialmente cuando están enfermos o ven por mal camino, o cuando mueren.  Recordemos la soledad de las madres olvidadas o abandonadas.  O los sufrimientos de las mujeres que luchan solas para sobrevivir o son víctimas de la injusticia.

Sin olvidar los sufrimientos de la conciencia a causa de los pecados que han herido su dignidad.  Estos dolores de tantas mujeres, unidos a la pasión de Cristo, son dolores redentores.  El amor de madre constituye una reserva de amor en un mundo donde parece que el amor es una especie en peligro de extinción. Mamás, no permitan que su amor se extinga en el mundo.

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