Cristo La cruz de Cristo es expresión de un amor radical que se entrega por completo, para expiar nuestros pecados.

 

En otras religiones, ‘expiación’ significa el restablecimiento de la relación perturbada con Dios mediante acciones del hombre. Es un intento de borrar el sentimiento de culpabilidad mediante acciones compensatorias ofrecidas por el ser humano a la divinidad.
Pero en el Nuevo Testamento no es el hombre quien se acerca a Dios y le ofrece un don que restablece el equilibrio. Ello, es algo imposible. Necesariamente tiene que ser Dios quien se acerca al hombre para otorgarle el don de su amor. La ofensa es perdonada por iniciativa del Amor de Dios que justifica al impío y da vida a los muertos: “Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo” (2Co 5,19).
Este es el verdadero sentido de la Encarnación y de la Cruz. La Cruz es la prueba del amor incomprensible de Dios, que se abaja para salvar al ser humano.
En el cristianismo la adoración es, ante todo, acción de gracias por haber sido nosotros, objeto del amor y de la acción salvadora de Dios. Consiste en que el hombre acepta la obra de Dios, o sea, el don misericordioso de Dios. No estamos glorificando a Dios cuando le ofrecemos algo (como si no fuera suyo todo lo que existe). Glorificamos a Dios cuando aceptamos agradecidos lo que él nos da y lo reconocemos a Él como único Señor. El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios realice su obra amorosa en nosotros. Por eso nos bautizamos y participamos en la Eucaristía y en los demás sacramentos.
El sacrificio cristiano consiste en que Jesucristo, el Dios-hombre, se ofrece a sí mismo.
Para los discípulos la Cruz fue, al principio, el fracaso de un plan. Creyeron que Jesús sería un rey político y, de repente, notaron que, más bien, eran vistos como los compañeros de un ajusticiado. La resurrección les convenció de lo contrario y sólo poco a poco fueron entendiendo el significado de la Cruz: Las profecías se habían cumplido en Jesús.
Jesús se convierte, así, en el único verdadero Sacerdote del único verdadero sacrificio. Su muerte fue, en realidad, la única auténtica liturgia por la que entró en la presencia de Dios. No ofreció cosas (sangre de animales o cualquier otra cosa), sino que se ofreció a sí mismo (Heb 9,11).
Cristo ofreció el sacrificio de su persona, su propio yo. Cuando dice el texto que Jesucristo nos reconcilió por su sangre (Heb 9,12) no hemos de entenderlo como un don material expiatorio, sino como la consecuencia lógica de un amor que llega hasta el final: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
De esta manera muestra que su don y su servicio son totales. Sólo el gesto de amor que todo lo da, obtiene la reconciliación total y universal. No hay otro culto que el de Jesucristo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Esta es mi sangre de la nueva alianza derramada por muchos” (Lc 22,19ss). Por eso Pablo dirá en Gá 2,20: “Me amó y se entregó por mí”. Y Jesucristo lo explica en Jn 15,13: “No hay amor más grande que dar la vida por aquel a quien se ama”. De hecho, Jesucristo, cuando vino al mundo dijo: “No quieres sacrificios, oh Dios, pero me diste un cuerpo, entonces yo digo: aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hb 10,5-7).
La esencia del culto cristiano no está en ofrecer ni en destruir cosas. El culto cristiano se basa en el carácter absoluto de un amor que sólo podía ofrecer Jesús, en quien el amor de Dios se ha hecho amor humano; consiste, pues, en que Él se puso en lugar nuestro y en que nosotros nos dejamos amar por Él.
Dios nos pide que aceptemos el don de Cristo, que consintamos en unirnos a él y que, con él y en él, nos hagamos adoradores del Padre.
Algunas devociones en torno a la Pasión nos hablan de que el sacrificio depende del dolor. Pero el dolor es un elemento secundario. El elemento más importante es el amor. El sacrificio vale como expresión de amor en un mundo que se caracteriza por el egoísmo.
La cruz nos revela cómo es el hombre; nos dice cuán despiadado puede ser el hombre. El hombre no puede soportar al justo y por eso atormenta a quien lo único que hace es amar. Lo atormenta porque como el ser humano es injusto, necesita siempre que los demás sean injustos como él, para sentirse disculpado.
La cruz dice también cuán grande es Dios: Dios es de tal manera, que en este abismo de miseria se ha identificado con el hombre para salvarlo.

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