Teología del cuerpo. Parte II. Continuación

Si la sexualidad es un elemento básico de nuestra existencia en el mundo, ¡cómo hemos llegado a hacer de ella algo tan distinto?


El pecado original y sus repercusiones en la vida sexual. Si el hombre y la mujer niegan el amor de Dios en sus corazones (pecado original), ya no tienen la capacidad de amarse mutuamente (no puede darse lo que no se tiene).
Al carecer el ser humano del amor de Dios, su deseo sexual se hace deseo de poseer al otro.
El otro es visto no como una persona a quien amar, sino como una cosa para el uso de su propia gratificación.

La diferencia entre el sexo masculino y el sexo femenino es ahora un elemento de confrontación mutua, y no ya expresión de amor.
Ahora el hombre desnudo se avergüenza. No del cuerpo en cuanto tal sino de la lujuria en su corazón (deseo de poseer). Lujuria significa sexo sin amor.

La Biblia relata los efectos y consecuencias del pecado original en la relación del varón y la mujer: “La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto” (Gn 3,12). “Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará” (Gn 3,16).
Debido a la concupiscencia (las pasiones desordenadas del hombre), el cuerpo humano en su masculinidad y femineidad casi ha perdido la capacidad de expresar este amor en el cual la persona se hace un regalo para su pareja.
Con el pecado, se ha perdido el significado nupcial del cuerpo: aquella capacidad del cuerpo para expresar amor.

De hecho, para la revolución sexual la sexualidad es un fin en sí misma: Sexo sí, amor no importa; sexo sí, matrimonio no; sexo sí; hijos no. O, por el contrario, hijos sin relación sexual (fecundación in vitro); y las relaciones homosexuales como algo natural.

A los discípulos que dicen “Si este es el caso del hombre en relación con su mujer no conviene casarse”, Jesús les responde: “No todos pueden comprender esto, sino únicamente aquellos a quienes Dios les ha dado que lo comprendan” (Mt 19,10-11).
Ahora el hombre debe ganar la batalla contra la lujuria. Por eso dirá Jesús: “Bienaventurados los limpios de corazón” (Mt 5,8).
El hombre puro no es el que evita su sexualidad, sino el que ve en su sexualidad la oportunidad de manifestar el misterio de Dios-Amor. Castidad es la virtud que pone el ejercicio de la sexualidad al servicio del amor verdadero.

La redención y sus repercusiones en la vida sexual. La pureza a la que Cristo llama se aclara cuando dice: “Por la dureza de su corazón Moisés permitió el divorcio, pero al principio no era así”. “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio” (Lc 16,18). “Todo el que mira a una mujer con mal deseo, ya cometió adulterio con ella en su corazón’ (Mt 5,28).
Quien medita estas palabras escucha el plan original de Dios para el amor humano y anhelará la redención de la sexualidad, pues siente en su corazón la tragedia del pecado.
Esta es la buena nueva del Evangelio, la redención de nuestros cuerpos (Rm 8,23: “También nosotros gemimos en nuestro interior anhelando la redención de nuestro cuerpo”).
El llamado para todo hombre y mujer, casado o soltero, es experimentar esta redención. El hombre puede cometer adulterio en su corazón aún con su misma esposa si la trata sólo como un objeto para satisfacer su concupiscencia.

Cristo ha revelado, cumplido y restaurado definitivamente el significado nupcial del cuerpo, haciendo un regalo de su propio cuerpo, en la cruz, a su Novia, la Iglesia. Regalo que se actualiza en la Eucaristía.
Es posible ahora amar de esta manera gracias al Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones por los sacramentos del bautismo y del matrimonio.
Al estar el hombre debilitado por el pecado, si quiere vivir de acuerdo a la verdad de su cuerpo (su significado nupcial), debe experimentar la cruz. Debe experimentar la renuncia.
Como consecuencia del pecado, ahora el amor no está exento de sufrimientos.

El que ama de verdad está dispuesto a sufrir por la persona amada.
La concupiscencia ciega al hombre y a la mujer, y distorsiona los deseos del corazón. Pero la vida de-acuerdo-al-Espíritu Santo le permite al hombre y a la mujer encontrar nuevamente la libertad.
(Continuará).

 

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