Desilusión y felicidad.- La buena filosofía afronta el problema de la desilusión humana debido a los grandes o pequeños fracasos en la vida.

 

Sucede con frecuencia que, una vez alcanzado el objetivo de nuestro deseo, nos preguntamos “¿esto es todo?” Porque quedamos desilusionados. Es como si fuese más hermosa la espera y la preparación, que el resultado alcanzado. Como si fuera mejor el deseo que la gratificación final.
Experimentamos con frecuencia una desproporción entre lo que esperamos alcanzar y lo que concretamente logramos de hecho. Pasamos esperando el fin de semana y cuando por fin llega, no podemos evitar la sombra del lunes ya próximo. Pasamos esperando y preparando la fiesta, pero sentimos que nunca alcanza nuestras expectativas. No siempre lo reconocemos abiertamente, y cuando nos preguntan solemos decir que todo estuvo fantástico.
¿No les pasa lo mismo a los adictos con el licor, el sexo y la droga? Siempre están insatisfechos.
Parece que esperamos más de la vida, mucho más; esperamos demasiado. Y obtenemos poco, obtenemos menos de lo deseado. Ello provoca tristeza y aburrimiento en la vida de muchos. Los cuales siguen buscando sensaciones cada vez más fuertes, creyendo, todavía, que su angustia se soluciona con más dinero, más vacaciones, más fiestas. Para terminar más decepcionados.
Para algún filósofo, aquí nos enfrentamos a la tragedia de vivir para el placer. Todo placer, por poco que dure, nos da el suficiente ‘combustible’ para aguantar hasta el siguiente placer: nos empuja hacia adelante en un estado de ansiedad y tensión.
Es propio de los placeres terrenales dar menos de lo que prometen. Anhelamos un placer en concreto, que ocupa nuestra atención hasta tal punto que parece que nada es más importante. Con frecuencia la realización de ese placer está acompañado por una nota de desilusión. Solo necesitamos observar cómo los niños desean desesperadamente conseguir un juguete. Una vez que lo han conseguido parece que están en el cielo. Pero después de unos días su interés empieza a decaer hasta que no les da ya ninguna satisfacción.
Lo interesante es que semejante experiencia no cambia la apasionada búsqueda del siguiente objeto placentero. Ello a pesar del recuerdo del desencanto experimentado en el pasado.
¿Qué postura deberemos tomar ante esta condición en que nos encontramos viviendo? Esa desproporción entre el deseo y la satisfacción.
Una primera posición afirma que estamos mal hechos los humanos. Es absurdo desear lo que nunca logramos alcanzar. Y aconsejan que deseemos menos cosas, que limitemos nuestras esperanzas. No pretendamos alcanzar todo lo que deseamos.
Pero, esta desproporción entre deseo y satisfacción, ¿no podría deberse al hecho de que la persona humana está hecha para un bien infinito?
Es necesario confiar nuestro destino a las manos de Otro. En realidad, el hombre puede alcanzar su libertad solo mediante un salto cualitativo, pasando a otro nivel de profundidad. Hay remedio para la desesperación. Hay misericordia. No seamos tan orgullosos como para no aceptar esa misericordia.
Nuestros deseos y esperanzas, por lo tanto, no deben ser reprimidos. Porque realmente existe una respuesta a nuestra medida. Pero hay que buscar en el lugar adecuado, sabedores de que nada que no sea infinito podrá satisfacernos. Es la búsqueda de una realidad de la cual tengo absoluta necesidad para vivir bien en plenitud. Es la búsqueda de Dios. Solo Él puede dar plena satisfacción a los deseos más profundos de nuestro corazón. Con palabras de San Agustín “Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
Es lo que dice el salmo 62: “Señor, tú eres mi Dios, mi alma tiene sed de ti. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua”.
Recordemos también el episodio de la Samaritana: “El que bebe de este pozo vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna” (Jn 4,13-14).
Ya lo había profetizado Jeremías 2,13: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”.

Compartir