En solitario. Blog P. Luís dice El divorcio, hay que reconocerlo, es una cosa bastante razonable, porque el ser humano es débil e inconstante.

En este asunto, el mundo entero está contra los católicos: la gran mayoría de las culturas humanas han aceptado el divorcio, de una forma u otra. Los musulmanes, budistas, judíos, siempre lo han permitido. También lo hacen nuevas religiones como los Testigos de Jehová y los Mormones. Incluso muchos cristianos han ido aceptando el divorcio a pesar de las palabras de Cristo; y hoy se divorcian los luteranos, calvinistas, anglicanos, evangélicos, pentecostales y ortodoxos.
Entre todos los cristianos, la Iglesia Católica, prácticamente en solitario, conserva el mandato de Cristo. Precisamente por eso, el matrimonio sacramental indisoluble es, quizá, el signo más claro de la presencia de Dios en la Iglesia Católica. Y el signo más claro de fidelidad por parte de los católicos.
Bruno M. indica que, en la historia humana del matrimonio, se da algo muy llamativo: Por un lado, el ser humano es consciente de su debilidad, de que su amor es inconstante, de que a menudo se propone hacer una cosa, pero luego hace otra muy distinta. Sin embargo, junto a esta dosis de realismo, también hay que tener en cuenta otro hecho muy significativo: todas las culturas humanas, todas las épocas y todos los seres humanos han deseado profundamente que las cosas no fueran así. Todas las canciones de amor, desde que el mundo es mundo, dicen: “Te querré siempre”. Todas hablan de un amor que no pasa, que siempre estará ahí, que es más fuerte que las vicisitudes de la vida, que nada puede romper. El ser humano, por su propia naturaleza, desea encontrar a alguien que le quiera incondicionalmente, pase lo que pase. Así pues, en lo que se refiere al matrimonio, existe y ha existido siempre un contraste entre el deseo y la realidad, entre la indisolubilidad que pide el vínculo amoroso y la debilidad humana.
En esta situación, Jesucristo introdujo un ingrediente nuevo: el Amor de Dios. Ese amor, que irrumpió en la historia humana por medio de la Encarnación, es más fuerte que la muerte y va mucho más allá de lo razonable. En Él, Dios ha dado respuesta a los anhelos profundos de toda la humanidad desde Adán; a aquello que ha pedido siempre el corazón humano creado por Dios. La brecha entre el deseo y la realidad ha desaparecido gracias a Cristo, el creador de puentes. El amor indisoluble y fiel, que los seres humanos hemos deseado durante milenios y milenios, se hizo presente entre nosotros como un regalo; como un don.
Un amor como el de Cristo es algo que supera, con mucho, lo que es posible o razonable para el ser humano. Y una vida basada en el ideal evangélico, requiere un milagro permanente. De ahí que los sacramentos sean precisamente eso, milagros permanentes “garantizados” por Dios, es decir, cauces por los que la gracia de Dios en nuestra vida se hace ordinaria y habitual. Todo esto es un regalo de Dios en medio de la debilidad de los esposos.
No seamos idealistas: los esposos cristianos no son superhombres ni supermujeres. Discutirán, como todos. Pero, mirando a Dios, serán capaces de perdonar y de pedir perdón. Tendrán tentaciones, pero la fidelidad de Dios hará que sean fieles a su matrimonio. Tendrán mil y un defectos, pero al verse aceptados por Dios como son, podrán aceptarse también el uno al otro cada día.
El matrimonio que dura para toda la vida es una señal para todos los hombres de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
Los católicos que viven realmente la vida cristiana, no por sus propias fuerzas sino en virtud de la gracia de Dios, son un signo para todas las naciones de que, en Cristo, se hace posible, lo que tanto el mundo como las distintas religiones consideran imposible: el matrimonio fiel, para toda la vida. Por ello, la entrega mutua definitiva y total de esos esposos es una de las manifestaciones más impresionantes de la presencia de Dios.
Hoy, como siempre, la idea cristiana del matrimonio escandaliza al mundo, porque nos lleva mucho más allá del límite de nuestras fuerzas, hasta una forma de vivir que sólo nos habíamos atrevido a soñar. No es extraño, pues, que el matrimonio para toda la vida sufra ataques. Y lo atacan porque, a pesar de que no tienen fe, intuyen que lo que está en juego es fundamental.
La indisolubilidad del matrimonio sacramental, se basa en la enseñanza directa y clarísima de Cristo: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10,9) y “Todo el que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la que está divorciada del marido, comete adulterio” (Lc 16,18).

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