Esperar... El P. Luís dice... Me llamó la atención en la segunda lectura del tercer domingo de Adviento (ciclo A) cómo la Carta de Santiago (5,7-10), en un pequeño párrafo, menciona cuatro veces la palabra paciencia o ser pacientes en la espera. Es claro que a nadie le gusta esperar, porque ‘el que espera desespera’. Pero, ¿por qué tanta insistencia, y por qué la iglesia coloca esta lectura en el tiempo de Adviento?


Adicionalmente, en el Evangelio de la misma Misa se oye a Jesús decir: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí” (Mt 11,6). Y uno se pregunta: ¿Es posible que alguien se sienta defraudado por Jesús?
Pensándolo un poco, se podría encontrar una relación entre estas dos citas extrañas: ¿No será que a muchos seguidores de Jesús les parece que el cumplimiento de sus promesas se hace esperar demasiado, y esa es la razón por la que Santiago se ve obligado a pedir paciencia?
En efecto, todos los años celebramos la Navidad y se nos dice que Jesús viene a cumplir sus promesas de salvación. Pero, en cambio, constatamos en cada Navidad que no logramos salir de la pobreza, que la enfermedad no se aparta de nuestra casa, que la muerte toca a la puerta de algún amigo o familiar cercano, que las guerras y las injusticias aumentan en lugar de disminuir.
Todo esto puede hacer que nos sintamos defraudados ante las promesas de Jesús y puede lograr que nos cansemos de esperar.
Ante estas dudas y este cansancio debemos considerar lo siguiente:
-Que, si todos somos impacientes, mucho más lo es el hombre moderno, acostumbrado por la tecnología a ver resultados inmediatos sólo con apretar un botón. A este propósito el Papa Francisco ha escrito: “No se puede aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la vida” (Misericordia et misera, 275).
-Por eso, la mencionada cita de Santiago pone como ejemplo la paciencia del agricultor que no piensa recoger la cosecha al día siguiente de haber puesto la semilla. Se requiere un proceso lento.
-También es necesariamente lenta la crianza y educación de los niños. Exige mucha paciencia de parte de los padres y los docentes.
-Se puede mencionar también la lentitud de nuestro proceso de fe. ¡Qué lentos somos para convertirnos! ¡Cuánto tiempo dilatamos para entregar nuestras vidas a Dios!
Recordemos, ahora, la perspectiva de Dios: “Para Dios un día es como mil años, y mil años como un día. No es tardo el Señor en el cumplimiento de sus promesas, como algunos piensan. Lo que hace es aguardaros pacientemente, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos vengáis a arrepentiros” (2P 3,8-9).
La realidad, entonces, no es que nosotros esperamos al Señor, sino que es Él quien, con mucha paciencia espera y espera que nos convirtamos, a fin de que nadie se pierda.
Y, hablando de paciente espera, conviene aclarar: ¿Qué espera el cristiano exactamente, y qué ya no espera porque ya llegó? Por ejemplo, ya no esperamos al Mesías. Eso es evidente. Son los judíos, quienes siguen esperando al Mesías.
Por eso, conviene recordar qué parte de la historia de la salvación está todavía en futuro y qué parte, en cambio, pertenece a la realidad presente.
Lo que esperamos todavía es el fin del mundo, la resurrección de los muertos, el juicio final y la vida eterna. Todavía esperamos alcanzar algo muy importante que es la plena realización de los deseos más profundos de nuestro corazón, que no son comida o bebida, sino deseos infinitos de amor, libertad, verdad, justicia, paz, vida y felicidad. Esperamos la total posesión de Dios.
Pero, con demasiada frecuencia olvidamos aquello que ya tenemos, y que es también sumamente importante. Todo aquello que el Mesías nos ha traído ya.
Ya tenemos la redención, el perdón de los pecados, la unión con Cristo por el Bautismo que nos ha hecho renacer de nuevo y nos ha dado nueva vida: la vida misma de Dios, la Gracia sobrenatural. Ya hemos recibido el Espíritu Santo que habita en nosotros. Ya pertenecemos al Cuerpo de Cristo que es su Iglesia. Tenemos la Fe, la Palabra de Dios que nos explica el sentido de la vida. Por la Eucaristía, tenemos un constante aumento de la vida de Cristo en nosotros, por lo cual somos hijos de Dios, como Jesús es Hijo de Dios. No olvidemos las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre le amara y vendemos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
Todo esto hace que, a pesar de las penas de esta vida presente, nosotros los cristianos, vivamos en alegría y dicha, en gozo y paz de conciencia, en serenidad, amor, fraternidad, solidaridad.
Estas cosas ya las tenemos. Y, si no disfrutamos de ellas, es porque nosotros no queremos. No es porque Dios nos haga esperar.
Pero somos conscientes de que caminamos hacia la presencia definitivamente cumplida de Dios, porque la de ahora no es todavía completa. Por eso estamos vigilantes esperando su segunda venida, y seguimos orando: “Ven Señor Jesús”.

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