(Foto por Gerardo Razo)

El más grande y dramático acontecimiento sucedido en esta tierra es el encuentro de la divina misericordia con el hombre pecador, para la justificación de este último.



Jesús ha podido decir que en el cielo hay más fiesta por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. De esa manera se cumple el proyecto creador del Padre: manifestar su misericordia perdonando al pecador.

El fondo de todo lo que existe es la misericordia. Como dice San Pablo (Rm 3,23-24): “Todos han pecado y están privados de la Gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de 

la redención realizada por Cristo Jesús”.

De acuerdo con Santo Tomás, la misericordia es el atributo que, más que cualquier otro, debe ser atribuido a Dios. Es el nombre con el que quiere ser invocado.

¿En qué consiste este acto supremo de la misericordia de Dios? La Escritura habla de ‘nueva creación’, ‘nuevo nacimiento’, regeneración. Se trata de una obra que solo Dios puede realizar. Se trata de la elevación del pecador a la participación de Su divina naturaleza, a Su misma vida: quiere hacer al hombre semejante al Hijo unigénito del Padre.

Tengamos muy presente, sin embargo, que el hombre siempre está frente a Dios como un sujeto verdaderamente libre. Por lo tanto, para que pueda realizarse la justificación: a) se necesita el consentimiento libre de la persona; b) este consentimiento debe tener dos condiciones: aceptar el ofrecimiento de amor propuesto por Dios, y la decisión de abandonar la condición de pecador. En el lenguaje cristiano, esto se llama conversión.

Veamos lo que sucedió con Zaqueo: 1-El encuentro tuvo lugar por iniciativa de Jesús; 2-la propuesta es aceptada por Zaqueo; 3-éste decide abandonar plenamente su vida de ladrón; 4-se le otorga la misericordia: “Hoy la salvación ha entrado en esta casa”.

La misericordia de Dios con el hombre no exime, pues, de un diálogo entre la gracia de Dios que perdona y la libertad del hombre que consiente en el don y detesta el pecado. El hombre tiene una naturaleza que posee libertad. Por tanto, Dios no concede la justificación sin el libre consentimiento. “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín).

Según Mons. Carlo Caffarra, existen dos modos equivocados de entender el evento misericordioso: 1-Anunciar la misericordia de Dios sin exhortar a la conversión; y 2-exhortar a la conversión sin anunciar la misericordia.

Ambos modos tienen consecuencias negativas sobre la imagen que el creyente puede hacerse de Dios, y de sí mismo. Dios no puede renovar su alianza, ignorando la condición pecadora del hombre. Un anuncio de la misericordia que no hablase al mismo tiempo de la necesidad de conversión, ignoraría todos los grandes temas del juicio de Dios, presentes también en el Nuevo Testamento.

Igualmente falso sería exhortar a la conversión ocultando el rostro misericordioso de Dios. La propuesta cristiana es un evento de misericordia que tiene en sí la fuerza de cambiar vidas. Es el ofrecimiento gratuito e incondicional de una regeneración de la propia persona.

Todos habíamos caído en el remolino de nuestros pecados y hemos sido arrastrados por la corriente de la muerte. Dios, por medio de Jesús nos ha salvado tomando sobre sí nuestros pecados. Pide que nos dejemos abrazar y que no nos soltemos de su brazo (conversión, detestar el pecado y proponer no volver a pecar).

Siendo la persona un sujeto libre, no hay perdón sin conversión. Lo contrario llevaría a la persona humana a pensar ‘no debo tener ninguna preocupación aún si permanezco como estoy; de todos modos, Dios es misericordioso’. Caeríamos así en un doble error: Primero, el de cometer el mal más fácilmente; segundo, el de pensar que, al final, Dios no se preocupa tanto por esto. Pero entonces, ¿por qué murió Cristo?

Por otro lado, predicar la conversión sin anunciar la misericordia, alejaría a quienes tienen más necesidad de Cristo, es decir, a los pecadores.

En cambio, la unión entre misericordia y conversión nos lleva a:
a) Tener una íntima experiencia de la propia libertad delante de Dios. Es necesario haber experimentado este ‘estar delante de Dios’, para que tenga sentido todo lo dicho sobre la Misericordia y la conversión.
b) Tener la íntima experiencia de que el pecado es un mal. En realidad, no se puede pensar en un mal mayor. La actitud lógica de quien verdaderamente se percibe como pecador, es el arrepentimiento.

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