manosAl vínculo sentimental que surge entre los novios (enamoramiento) es necesario añadir un vínculo jurídico (el matrimonio), cuya función es fomentar la duración de la relación.

Al extender un certificado matrimonial, el Estado está diciendo a los contrayentes: “La sociedad cuenta con ustedes para fomentar un hogar, engendrar niños y educarlos bien: ¡ánimo!”. Es algo, obviamente, que nunca podrá decirse a una pareja homosexual. Y esto, nada tiene que ver con prejuicios cristianos, sino con la biología y la naturaleza humana.

            La inconformidad de ciertos grupos contra la institución matrimonial, es en realidad un enfrentamiento contra la naturaleza. La liberación sexual, la separación entre sexo y amor, la devaluación del matrimonio, la aceptación del aborto, la equiparación entre homosexualidad y heterosexualidad, son formas de oponerse a la naturaleza.

            Por eso los estudios sociológicos acreditan claramente lo que podríamos llamar ‘venganza de la naturaleza’. Ellos saben muy bien que los niños que han sido educados por padre y madre casados entre sí, obtienen, por lo general, resultados mucho mejores en todos los indicadores de bienestar económico, educativo, psicológico y sanitario: consiguen mejores resultados escolares; tienen una probabilidad mucho menor de sufrir agresiones físicas o abusos sexuales; tienen una probabilidad menor de sufrir trastornos emocionales, inadaptación, de incurrir en delincuencia juvenil, drogadicción, actividad sexual prematura, embarazos adolescentes,…

            Cuanto más crezca la curva de nacimientos fuera del matrimonio, más crecerá la de fracaso escolar, delincuencia juvenil, violencia doméstica… y hasta la de pobreza. Pues otra tendencia claramente observable es la relación entre estrechez económica y ruptura familiar. Las familias estables suelen ganan más, producen más y ahorran más. Y garantizan mejores oportunidades educativas a sus hijos. Y tienen mayor probabilidad de formar, ellos mismos, familias estables en el futuro.

            Es la ruptura familiar, y no tanto el ‘injusto sistema económico’, lo que está empobreciendo a la sociedad, privando de oportunidades a todo un segmento de población. Lo afirma Francisco José Contreras (La grandeza del amor humano).

            El Estado se ve obligado a intentar mermar el daño que él mismo ha ocasionado en las familias con sus leyes permisivas. Lo intenta mediante prestaciones y subsidios, para sustituir, en cierto modo, al padre ausente.

            Estamos sacrificando el bienestar de los más pequeños y débiles en el altar de la libertad erótica absoluta de los adultos. El ‘derecho a volver a enamorarse’ prevalece sobre el derecho de los niños a criarse con su padre y su madre. El deseo de los adultos de volver a enamorarse prevalece sobre el derecho de los niños a disponer de un ambiente afectivo y económicamente estable en su propio hogar.

            La Iglesia, tan criticada, parece ser la última voz que, en esta civilización decadente, sigue proclamando hasta el final la verdad sobre el matrimonio y la familia. La verdad sobre el amor humano.

La mayoría de las personas se casan con la intención y el deseo de que sea para siempre y perciben el propio divorcio como lo que realmente es: un fracaso terrible; los padres quieren que sus hijos sean personas buenas y responsables; muchas mujeres desearían tener más hijos; la mayoría de los políticos quisieran que muchas familias estables educasen y cuidasen a niños, ancianos y dependientes liberando a las arcas públicas de gastos insostenibles; todos los educadores desean que los alumnos les lleguen a las aulas motivados para estudiar y con valores éticos profundos gracias a la educación recibida en sus familias; todo el mundo estaría encantado si los adolescentes fuesen sexualmente responsables y nos evitásemos tanto drama asociado a la irresponsabilidad sexual y la adicción a las drogas; la policía sería feliz si libremente los ciudadanos no cometiésemos delitos por convicción moral personal y sin necesidad de coacción.

Muchos critican la postura de la Iglesia. Pero la realidad es que la Iglesia ofrece soluciones eficaces para estos problemas que agobian a todos.

 

 

 

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