Educación. El Papa Francisco habló el miércoles pasado (28-01-15), de la importancia de que los papás asuman su papel educativo. Vean lo que el psiquiatra francés Anatrella, dice al respecto.

            En el proceso de construcción de la personalidad de sus hijos, los adultos no tienen que ponerse al nivel de sus hijos. Los padres no deben portarse como ‘colegas’ de sus hijos.

            Por desgracia, hoy en día se observa cómo muchos padres han renunciado a su misión educadora. Muchos sucumben a la tentación de abandonar sus responsabilidades   educadoras, en el colegio.

            Es difícil ser adulto en un mundo en el que el niño se ha convertido en alguien que da órdenes a los adultos y en el que los comportamientos de los adolescentes se han convertido en norma para la sociedad. Cuando el adulto desarrolla su papel, con frecuencia es ridiculizado.

            La relación educativa implica saber diferenciar al niño del adulto, tener conciencia de que el niño necesita aprender. Implica también que el niño sepa obedecer y que pueda adquirir el sentido de las leyes que hacen posible la vida en sociedad.

El adulto debe asumir su función educativa, empezando por renunciar a aparecer como un igual ante el adolescente. Hay padres, educadores y profesores que no asumen su papel respecto a los niños y adolescentes. Olvidan que los más jóvenes todavía necesitan aprender a comportarse en la vida gracias al contacto con sus mayores.

Si pretendemos que el niño se auto-eduque no nos extrañemos del desarrollo de la violencia en la escuela.

Según algunas teorías, el mundo de los adultos no tiene nada que transmitir. La teoría de la ‘no directividad pedagógica’ ha contribuido ampliamente a la irritabilidad y excitabilidad de los niños y los adolescentes por la inseguridad e inestabilidad que les provoca el situar en el mismo lugar al adulto y al niño.

Algunos piensan que enunciar algunas prohibiciones atenta contra los demás. ¿Pero qué son, si no, los mandamientos de Moisés? Hasta en los dibujos animados se quita importancia al robo la mentira, el matar. Los criminales son los ‘héroes’ de las series televisiva, y el policía queda ridiculizado.

Los adultos son prisioneros del temor a aparecer como ‘los malos’, como también de la obligación de someter todo a debate, según la formula ya famosa de: ‘¡Eso hay que discutirlo!’. El caso es que también los adultos temen que no se les acepte o no se les quiera.

No todo es discutible. Una familia no es una democracia, como tampoco lo es el colegio. Por supuesto que el diálogo es importante en la relación educativa. Pero existen normas y decisiones que no hay que someter a votación. Los adultos no tienen que estar justificándose continuamente, ni rindiendo cuentas a los niños y adolescentes. Distinto es que las reglas y decisiones deban ser explicadas y que puedan ser cuestionadas. Lo que no puede ser es que se dejen a la discreción de cada quien. Por otra parte los adolescentes lo saben muy bien y esto los tranquiliza.

El niño tiene que aprender que a veces es necesario postergar la satisfacción de los deseos porque no todo es posible y no todo puede concederse ‘enseguida’. A veces es necesario renunciar a un placer instantáneo o inadecuado por un placer mayor, que llegará más adelante.

Hay que reconocer los propios límites y comprender que algunos placeres son peligrosos. Así podremos elegir mejor lo que es beneficioso.

La vida tiene un componente de renuncias y desilusiones que hacen sufrir, en mayor o menor medida. Cuanto más queramos obtener, impulsivamente, todo lo que deseamos, más se llegarará a sufrimientos de naturaleza depresiv

Uno de los primeros actos educativos que los padres experimentan en relación con el hijo consiste en decir ‘no’. El miedo a prohibir, que tanto se pone de manifiesto en numerosos adultos, impide en realidad, que el niño comprenda que la libertad está para hacer el bien, y no para. hacer lo que yo quiera.

No se trata de adoptar actitudes arbitrarias, sino de saber acompañar para que se despierte en el niño, el sentido justo y verdadero de la libertad humana.

En una sociedad donde el discurso social desvaloriza la función educativa de los adultos y va excluyendo progresivamente a los padres del papel que les es propio, los jóvenes, privados de ese apoyo, acaban por volverse dependientes de las modas audiovisuales que sustituyen al auténtico magisterio en la transmisión del saber, la moral y la religión. Así se les enseña que no existen valores objetivos que puedan imponerse a la conciencia, sino que sólo dominan valores relativos y subjetivos. Y cualquier comportamiento quiere justificarse a toda costa.

Los educadores (padres, docentes, etc.) han tenido demasiada tendencia a abdicar de su poder educativo.

Ojalá desempeñase su papel la educación, al enseñar desde la infancia las reglas de la relación humana: saber disculparse, dar las gracias, pedir permiso, respetar a los adultos y a todos; saber controlarse, saber decir no, saber qué deseos se pueden satisfacer y cuáles no, saber evaluar las propias conductas, saber que hay actos que son en sí un mal, saber que mentir, hacer trampas, robar, matar está prohibido; la importancia del cumplimiento del deber, de la puntualidad, etc. Saber que todas las transgresiones tienen  sus correspondientes consecuencias negativas.

No se trata de un autoritarismo tonto. Pero el diálogo no significa que se deba permitir cualquier cosa empezando por palabras groseras, vulgares e injuriosas.

Educar no significa ‘dejar hacer’. Amar no significa ser tolerantes, aceptar todo y permitir todo. El amor es siempre exigente. Hay comportamientos a los cuales los educadores tienen que saber decir que no. No a  la droga, no a la pornografía, por ejemplo.

Los niños tendrán que enfrentarse a prohibiciones, a límites y reglas que podrán ocasionar conflictos, protestas y lágrimas. Pero el niño constata así que se ocupan de él, que se le exigen esfuerzos y resultados, que se desea que crezca par mejor. El niño se da cuenta de que todas estas actitudes son beneficiosas para él.

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