sacerdotes Los sacerdotes y religiosos no caen del cielo ya hechos con los bolsillos llenos de bendiciones para empezar a repartirlas.

Los sacerdotes y religiosos surgen de las familias cristianas y de las comunidades parroquiales fervorosas. El surgir de vocaciones es una señal de la madurez cristiana de una comunidad. Una comunidad que no hace surgir vocaciones es un a comunidad cristiana estéril.

Porque hay vocaciones en la medida en que hay fe. La vocación surge de la fe, de la experiencia de fe. En el origen de toda vocación hay una fuerte experiencia de Dios, del amor de Dios por nosotros. Porque el amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que él nos amó primero.

Como dice S. Pablo: "Me amó y se entregó por mí".

Él es mi creador, el que me formó en el vientre de mi madre, me llamó a la vida, el que hace latir mi corazón, él me da su amor, su vida divina, su amistad, su perdón. Él ha derramado su sangre por mí, me redime, me justifica, me salva, me espera para compartir su felicidad por toda la eternidad a pesar de mis pecados. Porque no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.

La experiencia del amor de Dios me hace sentir una gran alegría, una gratitud inmensa y ese amor pide ser correspondido; hace que me ponga a disposición de Jesús, porque me ha comprado, no con oro o plata, sino con su sangre. Y ya no me pertenezco, sino que le pertenezco a él. Mi vida está ahora escondida con Cristo en Dios. Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Ya no vivo para mí mismo; vivo para aquél que por nosotros murió y resucitó.

Como María, puedo decir: El Señor ha hecho en mí cosas grandes; se ha fijado en la humildad de su sierva. Y como ella debo también añadir: Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Hágase en mí tu voluntad.

La experiencia del amor de Dios nos lleva a la disponibilidad para la misión. Absoluta disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. En ello está mi felicidad.

Y ¿cuál es su voluntad?

Que todos se salven. Le da lástima la multitud porque están cansados y agobiaos como ovejas sin pastor. Quiere que coman y se sacien. Que coman la Palabra y la Eucaristía y se sacien y sean felices y se salven.

- "¿A quién enviaré?" Pregunta el Señor.

Y ¿qué responde el creyente, el que ha hecho la experiencia de ser amado por Dios personalmente hasta la locura de la muerte en la cruz? ¿Qué responde el que ha descubierto en Cristo aquel tesoro por el cual vale la pena dejarlo todo? ¿Qué responde aquel que, ahora, todo lo considera basura comparado con Cristo? Sí, ¿qué responde el creyente?

El creyente responde: - "AQUÍ ESTOY, ENVÍAME A MÍ".

Eso es la vocación. Ahí está la vocación. No hay que esperar más. No hay que esperar que un ángel se nos aparezca.

Ya Dios nos ha hablado de tantas maneras. Nos ha dicho:

- "Te he amado incondicionalmente". – "Lo sé, Señor. Gracias. Haz de mí lo que quieras". – "Quiero tu colaboración para seguir amando y seguir salvando. ¡Tantos todavía no me conocen!"

A este punto no me queda otro remedio que ponerme a disposición para servir y hacerme santo, es decir, llenarme de la gracia de Dios más cada día. Perder el miedo a las consecuencias de seguir más de cerca a Cristo. Porque Cristo paga con creces a quien se le entrega con alegría.

Tenemos vocación en la medida en que somos conscientes de todo esto, y somos conscientes de que podemos hacer algo, de que podemos y debemos hacer más de lo que estamos haciendo. ¿Qué más podemos hacer? Depende de nuestra generosidad, de nuestra disponibilidad, de nuestra gratitud a Dios, de nuestra fe.

Porque un día el Señor nos preguntará:

- "¿Eras consciente de cuánto te amé?"

- "Sí".

- "¿Eras consciente de que hacían falta obreros en la mies?"

- "Sí".

- "¿Eras consciente de que tenías cualidades humanas suficientes para la obra?"

- "Sí".

- "Entonces, explícame por qué no respondiste a mi llamada."

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