misericordia L'Abbé Pierre, era un fraile capuchino francés, que falleció en 2007. Es el fundador de las Comunidades de Emaús, extendidas por todo el mundo.

Él reconoce abiertamente la dificultad de hablar de Dios en una tierra donde existen tantos sufrimientos.

Hay que ser realista, afirma; las explicaciones teóricas no sirven de mucho en la práctica. Por eso la misión principal de los cristianos y de la Iglesia hoy será ante todo, ser en el mundo, con nuestras vidas, un signo viviente de la existencia de un Dios que es amante y misericordioso.

Esto no va a resultar fácil porque la realidad de los hechos parece desmentirlo. Por eso mismo es la tarea que nos debe empeñar como cristianos de un modo principalísimo. Nuestra misión es hacer que en la humanidad, a pesar de todo, sea creída esta afirmación: "Dios es Padre, Dios es Amor". Este es el punto neurálgico.

Porque nos dirán: - "¿Qué padre es aquél que, pudiendo remediar la situación, permanece con una ilimitada paciencia, sin mover un dedo, viendo el dolor de sus hijos"?

Ante esta realidad, evangelizar no consiste en decir "palabras", sino en "un compromiso de vida". La mayoría de los predicadores tienen aseguradas tres comidas diarias. El problema es que filosofamos sobre el pobre pero lo hacemos desde arriba: Estando así las cosas, nuestros argumentos no tienen impacto, no sirven para evitar el escándalo, ni para resolver el problema.

Dios omnipotente parece quedarse indiferente ante el dolor de millones. ¿Qué respuesta dar? Porque si no somos capaces de dar una respuesta adecuada, exhaustiva, ¿cómo podremos salir de evangelizadores proclamando que Dios es Amor?

La respuesta existe. Pero es costosa. Es única. Y si no la sabemos dar, por toda la vida sentiremos la humillación de no haber cumplido nuestra misión, por muy buena voluntad que hayamos tenido. Y la única respuesta posible es esta: la misericordia.

L'Abbé Pierre lo explica así: Si un hombre cualquiera maldice a Dios al ver la enorme extensión del mal en el mundo, y ante este hombre pasa un cristiano auténticamente misericordioso, uno que se sabe que podría vivir diversamente, pero que ha decidido hacer algo mejor todos los días de su vida no sólo para servir y ayudar a los que sufren, sino que ha elegido participar en sus sufrimientos, condividir su situación, ser su esperanza, hacer de manera que no pierdan el coraje, que no se rindan ni se desanimen: si ante el blasfemo pasa uno de estos hombres misericordiosos, le veremos enmudecer. No sabrá qué decir.

No porque la existencia de este ser misericordioso haga desaparecer el escándalo del sufrimiento humano. Pero la misericordia realmente vivida, tangible, es como la manifestación del Absoluto que no se ve pero es testimoniado por esta misericordia actuante.

Es como si estuviéramos en pleno desierto muertos de sed y en un cierto momento apareciese en un oasis una fuente de agua: ¡qué gran alivio! No se sabe dónde puede estar esa reserva de agua, pero se sabe que existe. No hay duda de ello aunque seguimos encontrándonos en medio del desierto. La fuente habla, quita toda duda, es como una especie de reflejo luminoso que testimonia que el sol existe aunque no lo viéramos.

Nosotros hemos de asumir esta formidable responsabilidad de decir: "Yo creo; es posible creer y esperar que al principio y al final de este callejón está Dios, está el Amor, está el Padre". Debemos dar este testimonio y hacerlo creíble.

Sólo nos tomarán en serio si somos menos intelectuales y más "humanos", y sabemos reconocer la abominación que existe en este mundo incomprensible, inexplicable. No seremos creídos sino en cuanto, como Job, gritemos a Dios - "¡Yo no puedo comprenderte!" Reconociendo plenamente y confesando todo lo dramático, atroz y oscuro del mundo, llevaremos, no obstante, nuestra fe y así, ésta, será aceptable porque somos humanos y voluntariamente misericordiosos. No sólo estamos en comunión con Dios al que conocemos por la fe, sino también en comunión con el dolor de nuestros hermanos.

La manera concreta de practicar la misericordia depende de cada uno. No son necesarias cosas espectaculares. Pero si nuestra compasión no nos hace sangrar, si no ha dejado de ser pura literatura, si nuestra compasión no se expresa en el grito: "Señor, despierta; Señor; ¿qué estás esperando?" Con la audacia de los santos que no dejaban de decir al Señor: - "Pero Señor, ¿hasta cuándo permanecerás, como parece, ciego?". Si nuestros hermanos no sienten que, como ellos, estamos en consonancia con esta súplica, entonces toda nuestra ciencia será... viento.

Esta toma de conciencia de tan terrible realidad, debe conducirnos a ser inmensamente humildes en el mismo momento en que afirmamos con la mayor certeza y seguridad nuestra fe en el Dios que es Amor. Debemos afirmar esto y estar dispuestos a morir porque sabemos que es la verdad y al mismo tiempo debemos tener la humildad de decir a aquellos a quienes damos tal testimonio: - "Yo veo, como tú, lo que parece inexplicable, lo que aparentemente es inconciliable con esta certeza de que Dios es Amor. La fe no me da un conocimiento mayor del que tú tienes, pero la fe me da la certeza de que a pesar de todo, ¡Dios es Amor!"

Es necesario que ante los enigmas que existen, nuestros hermanos vean que nosotros, creyentes, estamos en la misma búsqueda, que honestamente, sinceramente, con el mismo realismo que ellos, sin cerrar los ojos a nada, queremos buscar juntos, con el mismo corazón.

Entonces el incrédulo honesto podrá de alguna manera comenzar a desear que sea verdad lo que nosotros creemos. Quizás sentirá el deseo de decir: - "¡Ah, si fuera cierto! ¡Ojalá no estuvieran éstos equivocados!".

Compartir