Cielo  Al fin y al cabo, aquí en la tierra estamos de forma provisional y precaria.

Pero, ¿qué es lo que comienza con la muerte? EL CIELO.

            Dice Mt 5,12: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo”.

El Cielo da respuesta a preguntas muy humanas, tales como: ¿Vale la pena vivir? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Hacia dónde voy? En efecto, vamos hacia el Cielo. Para eso hemos sido creados, es lo que da sentido a esta vida. En realidad aquí estamos de paso.

Pero, ¿qué es el Cielo? He aquí la respuesta impresionante que dio  un niño de 10 años con síndrome de Down: “El Cielo es Dios por dentro”.

El Cielo es la realización de las aspiraciones más profundas del ser humano. Es el estado supremo y definitivo de dicha. Como dice S. Pablo en 1Co 2,9: “Lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni corazón del hombre imaginó, es lo que Dios preparó para los que le aman”.

Como estamos atados a nuestras limitaciones corporales, no podemos imaginar siquiera cómo debe ser la hermosura del cielo. Lo sabremos cuando lleguemos.

A ver: tratemos de imaginar lo mejor de lo mejor. No te reprimas; atrévete a imaginar. Aun así te quedas corto. Ahora multiplica lo que has imaginado por un millón.  Aun así nos quedamos cortos.

En la gloria del Cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios en relación con nosotros, sus familiares y amigos. En el Cielo encuentran a otros familiares que han fallecido antes que ellos, y que llegaron ya  a tal destino de paz y amor.

Podemos pedir a nuestros familiares difuntos que intercedan por nosotros ante Dios, aunque no podemos venerarlos, a no ser que la Iglesia los declare santos.

Nos da temor el juicio final, pero qué tranquilidad nos produce saber que vamos a ser juzgados por nuestro mejor amigo, por la persona que más nos ama, el Dios misericordioso que ya ha pagado por nuestros pecados.

En el Cielo no hay privación alguna, ni frío, ni calor; ni hambre, ni dolor; sino la plena satisfacción de todas nuestras necesidades y anhelos. Que no son deseos de comida o bebida, sino que son deseos de amor, verdad, paz, libertad, justicia, felicidad,… Todo aquello por lo que inútilmente nos afanamos en esta tierra sin lograr alcanzarlo.

Todo eso es también lo que nos arriesgamos a perder si no tomamos en serio nuestro proceder en esta vida.

En el fondo, lo que buscamos en todo lo que hacemos, aun sin saberlo, es a Dios. Y el Cielo es Dios por dentro.

La Biblia compara el cielo con un gran descanso (Sal 62,2). Jesús lo compara varias veces con un gran banquete.

Escribe santa Faustina Kowalska: “¡Oh Dios! ¡Qué lástima me dan los hombres que no creen en la vida eterna! ¡Cuánto ruego por ellos para que les llegue la luz y puedan conocer la misericordia divina!”

El cielo es vivir eternamente en presencia de Dios, disfrutando de su amor infinito en plenitud.

Aún en el caso de que después de nuestra muerte tengamos que pasar por el purgatorio, ya estamos salvados, pues pasaremos al Cielo tras nuestra purificación.

Tratemos de vivir lo más purificados que nos sea posible; vale la pena aunque nos cueste por encontramos en un mundo corrompido e incrédulo. 

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