No es la actitud solo de Adán sino la de todos nosotros... Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores.

Así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos (Rm 5,19).

Mejor es obedecer que sacrificar.

Mejor la docilidad que la grasa de los carneros (1S 15, 22).

Por la desobediencia de Adán entró todo lo malo en el mundo.

Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos salvo por medio de la obediencia total al Padre, lo cual implicó para él: humillación, pasión, y muerte de cruz (anonadamiento total).

Vemos aquí dos actitudes opuestas y contrarias: desobediencia y obediencia.

Desobediencia de la criatura al Creador; actitud de soberbia y rebeldía. Como quien dice: "A mí no me manda nadie (ni Dios). Yo hago lo que me da la gana. No respeto normas ni límites. Mi voluntad es soberana".

Es la actitud no sólo de Adán y Eva, sino de todos nosotros. Cada pecado implica esa misma actitud. Se trata desobediencia a la ley de Dios.

El colmo de esta misma actitud es de Luzbel quien al frente de otros ángeles dijo: "Non serviam" (No serviré). Esta desobediencia absoluta originó el infierno como insufrible y eterna separación de Dios.

Uno se imagina a Satanás diciendo: "Me condené, pero no obedecí; originé el infierno, pero me salí con la mía; sufriré por siempre, pero hice lo que quise y sigo haciendo lo que quiero".

Eso es el mal absoluto: el rechazo consciente y pertinaz del Bien, sustituyendo la soberana y santa voluntad de Dios por mi capricho. Esta postura es absurda, estúpida y ridícula.

Esa actitud nuestra es lo que tiene el mundo como está. Es la causa de nuestra triste situación en la Historia y en este valle de lágrimas.

Pero esta tragedia dio ocasión al amor de Dios para redimirnos por medio de la obediencia total de Jesús a la voluntad del Padre. Obediencia que vence las fuerzas del mal.

La obediencia y la humildad de Jesús son la actitud correcta de la persona creada delante del Creador. Obedecer a Dios es obedecer a un Padre bueno que quiere nuestro bien y por eso también nos pone límites. Porque el hijo pequeño no siempre advierte el peligro de ciertos comportamientos.

Sobre todo si existe un tentador mentiroso que nos quiere hacer creer que la obediencia a Dios es algo indigno y que la virtud de la humildad es humillante. El diablo nos sugiere que Dios nos quiere sometidos, porque es una especie de déspota. El diablo nos quiere hacer creer que Dios no nos ama.

Todo lo contrario, el amor lleva a Dios a compadecerse de nosotros, a solidarizarse con nosotros hasta asumir en sí mismo las consecuencias de las desobediencias y de la soberbia, y asumir toda su fuerza destructora a la manera como un pararrayos recibe el impacto destructor del rayo y lo entierra, librándonos así de la muerte.

Jesús hace mucho más: no sólo anula el mal, sino que nos hace partícipes de la misma vida divina.

Al mismo tiempo Jesús nos enseña esa nueva forma de vivir que es la bondad, el pasar por el mundo haciendo el bien, la actitud de servicio, de misericordia con todos, para poder consolar nosotros a los demás, con el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios.

Tenemos que caer en la cuenta de toda esta realidad para que se suscite en nosotros el deseo de cambio. Que surja en nosotros la confianza total en Dios, la renuncia a nuestra actitud de rebeldía. Actitud que, en definitiva, resulta poco inteligente.

¿Qué tiene, en efecto, de inteligente que la criatura se enfrente contra el Creador? Es como 'dar coces contra el aguijón'. ¿Qué tiene de inteligente pretender nuestra plena realización separados de la fuente de la Vida; o pretender la felicidad alejados del único que nos puede hacer felices? Para ser felices hemos sido creados.

¿Por qué huir de Dios, y desconfiar de Él; por qué desobedecerle? ¿No es más inteligente pensar que si Dios nos da unas normas y unos mandamientos es precisamente para nuestro bien? Los mandamientos son un camino hacia la libertad y hacia la plena realización; nos libran de errores y equivocaciones; nos ahorran sufrimientos.

La treta de la serpiente del paraíso fue hacer creer a nuestros primeros padres que detrás del árbol prohibido estaba una voluntad malévola de Dios que no quiere nuestro bien.

Todo lo contrario: Dios nos creó de la nada para llevarnos a la pena comunión de vida con Él. Y lo logrará.

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