Imágen de: LaPringle / flickrfree En el domingo que sigue inmediatamente a la fiesta de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia. El “nacimiento” o "belén" que tenemos en nuestras casas, gira en torno a la familia compuesta por Jesús, María y José. La Iglesia quiere que nos fijemos en ellos como modelo para nuestras propias familias.

En el Evangelio de la misa de ese día escuchamos que el Rey Herodes quería hacer desaparecer al niño Jesús y por eso organizó la matanza de los “niños inocentes” en Belén y sus alrededores.

¡Qué extraño! Un rey le tiene temor a los niños.

Pero, ¿es un caso aislado?

No. El libro del Éxodo nos muestra al Faraón de Egipto que manda matar también a los niños, hijos de los israelitas. Moisés (como Jesús), se salvó por milagro.

Es otro caso de un Rey que tiene miedo a los niños. Y ya van dos.

Tanto Herodes como el Faraón son representantes de aquellos gobiernos que también hoy parecen tenerles miedo a los niños cuando aprueban leyes que favorecen el aborto y la contracepción.

El pasaje bíblico de los “santos inocentes”, lejos de ser una exageración, es la descripción de una realidad actual: Constituye una denuncia de lo que está pasando con todos esos niños inocentes que mueren antes de nacer debido a la plaga del aborto.

Tanto Herodes como el Faraón se quedan pequeños comparados con aquellos gobernantes, legisladores e Instituciones que favorecen el aborto, la esterilización y la contracepción.

En contraste, nosotros vemos que Jesús ama a los niños.

En efecto, Él dijo: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de los Cielos”.

Y dijo también: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos”.

El amor que Jesús tiene a los niños, más allá de las palabras de cariño que les dirige en varias ocasiones, se manifiesta sobre todo por el hecho de que el Hijo Eterno de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al encarnarse, se hizo precisamente niño. Niño pequeño, inocente, débil, indefenso.

Es lo que contemplamos en estas fiestas de Navidad.

Dios se hace niño mientras los poderosos de la tierra asesinan a los niños.

Es un contraste muy grande: Los poderosos de la tierra tienen miedo de los niños y procuran su eliminación. Dios, en cambio, pone a los niños como ejemplo de actitud evangélica y él mismo se hace niño.

Hoy la familia está expuesta a una especie de hostilidad total.

Para la sociedad, para la Iglesia, y para cada uno de nosotros la familia es muy importante. Todos pertenecemos a una familia. No hay nadie que no tenga familiares.

Es porque así lo ha querido Dios. Recordemos que Dios mismo es una familia de tres Personas que se aman.

Dios es amor: aunque es solo Uno, pero no es un solitario, sino tres Personas distintas que se aman tanto que ya no son tres dioses, sino un solo Dios. Dios es una Familia.

Y cuando Dios quiso crear al ser humano a su imagen y semejanza los creó hombre y mujer, y les dijo “no es bueno que el ser humano esté solo”.

Y también dijo: “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa”.

Y también les dijo: “creced y multiplicaos”.

Y su mandamiento es que nos amemos unos a otros.

De donde resulta que el varón solo, o la mujer sola, no son la imagen completa de Dios, hasta que forman una familia o se integran en una comunidad de amor.

Y entonces, ¿por qué hoy la familia está expuesta a esa hostilidad?

Es parte del misterio de maldad que reina en este mundo, desde que se cometió el pecado original.

Con razón dice el evangelio: “la Luz brilló en la tiniebla y la tiniebla no la recibió”. Junto a la luz del Mesías, permanece la realidad de quienes prefieren la oscuridad en vez de la luz. Es un tremendo misterio.

¡Ojalá que los cristianos no nos dejemos vencer por la oscuridad!

Pues Juan Pablo II afirmó que la corriente hedonista del mundo, ha influido en las familias cristianas sobre todo en la facilidad del divorcio y el recurso a nuevas uniones por parte de los mismos fieles.

También se da entre católicos la aceptación del matrimonio puramente civil o la simple unión de hecho, en contradicción con la vocación de los bautizados a “desposarse en el Señor”, como enseña S. Pablo. Porque los hijos deben nacer en el matrimonio: es su derecho.

Muchos van a la celebración del sacramento del matrimonio no movidos por una fe viva sino por motivos puramente sociales.

Se da también el rechazo de las normas morales que guían el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad. Por ej., las relaciones prematrimoniales.

Por eso tenemos que seguir enseñando la castidad que es la virtud que regula el uso de la sexualidad para ponerla al servicio del amor auténtico, el amor matrimonial.

Amor es buscar el bien y la felicidad de la persona amada aunque tengamos que sacrificarnos por ella.

Es lo contrario del egoísmo que consiste en buscar mi felicidad aunque tenga que hacer sufrir y aunque tenga que utilizar o manipular a las personas que me rodean.

Jesús es el mejor ejemplo de amor verdadero: Él murió por amor a nosotros.

Compartir