Imágen de: PatrickQ - Flickrfree. Se ha ido generalizando en nuestro ambiente una imagen de la sexualidad “liberada”, espontánea, ocasional y sin compromisos.

En medio de ese ambiente hay que enseñar la castidad a los jóvenes. Pero hay que plantearla como algo positivo. Castidad no significa abstinencia sexual o negación de la sexualidad. Castidad significa uso responsable de la sexualidad. Uso responsable de la sexualidad significa orientar el instinto sexual al servicio del amor verdadero: el amor comprometido en el matrimonio. La castidad lleva consigo renuncias ciertamente, pero donde las renuncias se viven como consecuencia inseparable de haber descubierto y escogido un amor mayor.

Para educar a la castidad, no basta recordar rápidamente algunas normas de moralidad. No basta predicar la castidad para que el problema esté solucionado. Los jóvenes no van a cambiar su comportamiento sexual porque sus padres o el sacerdote les diga que tienen que ser castos.

Una vez, las muchachas se avergonzaban de haber perdido la virginidad antes del matrimonio. Hoy ya no ocurre lo mismo en todos los casos. Y si se trata del varón, alguno consideraría un insulto que se pensara de él que es virgen después de la adolescencia. Por eso, aunque tenga que mentir, ese joven dirá a sus amigos que es un experto en asunto de mujeres.

Pero no es sólo el ambiente erotizado y machista que nos rodea lo que hace difícil la pureza. Debemos ser realistas y aceptar que la sexualidad juega en el ser humano un papel preponderante, de manera que nuestras tendencias más profundas se ven, por gran parte de la vida, fuertemente influenciadas por la "pasión amorosa". No pretendamos ignorar esto cuando aconsejamos a los jóvenes. Para que un joven soltero se abstenga de una relación sexual que se le presenta fácil, necesita un buen motivo.

El uso irresponsable de la sexualidad cumple, en muchos jóvenes (y también en muchos adultos), varones y mujeres, una función de escape o evasión. Intenta llenar (en vano) un vacío interior. Debido a que existe tanta pobreza, injusticias, sufrimientos, crisis de valores y falta de sentido en muchas vidas. Algo parecido ocurre con el alcohol, las drogas y la violencia juvenil. Son síntomas de una situación desesperada. Son intentos de agarrarse de algo (cualquier cosa) que los sostenga sobre el vacío. Esta situación reclama urgentemente una nueva evangelización.

Sólo Dios hace al ser humano feliz. Por eso, el mejor servicio que podemos hacer a esas personas que inútilmente buscan la felicidad en el sexo, las drogas, etc., es anunciarles la Buena Nueva, el Evangelio de Jesucristo. Hay que predicar por todos los medios el amor creador, perdonador, tierno e incondicional de Dios Padre. Ese Dios que nos ama así como somos, sin importar qué hayamos hecho o cuan profundo hayamos caído. Él quiere rescatarnos y darnos plenitud. Él nos ama aunque nadie más nos ame, aunque todos nos desprecien. Su amor nos rehabilita y nos devuelve la dignidad.

Es el encuentro personal con Jesucristo vivo lo único que puede llenar los deseos más profundos del corazón humano. Que no son deseos materiales, sino deseos de amor, verdad, libertad y justicia.

Sólo entonces, cuando nuestra vida tenga un claro propósito, la sexualidad podrá verse no como un fin en sí misma, como una evasión o como un ídolo, sino como un medio puesto por Dios para servir al amor y a la procreación. Sólo entonces seremos capaces de amar limpia y desinteresadamente a otra persona.

Y sólo entonces será posible proponer la castidad como algo positivo. Porque sólo una vida llena de sentido puede ser casta. Hay que vivir la castidad con serenidad y alegría. No como quien reprime fuerzas negativas, sino como quien encauza las poderosas y positivas fuerzas del amor verdadero.

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