Imagen propiedad de: zuarte bolsas - flickrfree Está bien que se prohíba el adulterio porque representa una infidelidad a la persona del cónyuge. Pero entre personas que no están casadas, ¿por qué no se puede tener una relación sexual?

Es la pregunta más repetida cuando se habla a los jóvenes católicos sobre sexualidad.

Una primera respuesta, que es válida para los creyentes, consiste en indicar algunas citas del Nuevo Testamento donde claramente se condena la fornicación:

Mc 7,21-23: "De dentro del corazón del hombre salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios,... Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro".

1Co 6,13.18: “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor". “Apártense de la fornicación”.

Ef 5,5: "Tened entendido que nadie que se da a la fornicación... tendrá herencia en el reino de Cristo".

Otra fuente de formación para nosotros es el Catecismo de la Iglesia Católica. En su número 2353 leemos: “Fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y a la dignidad de la sexualidad humana, pues la sexualidad está ordenada al amor de los esposos y a la generación y educación de los hijos”.

Sigue, pues, vigente la exigencia de la virginidad antes del matrimonio. ¿Por qué?

1.- Las relaciones prematrimoniales contradicen la naturaleza propia de la entrega sexual.

La sexualidad tiene como fin intrínseco el amor. Ese es el significado de la complementariedad corporal del varón y la mujer.

Las relaciones prematrimoniales, ¿están en concordancia con el verdadero significado del sexo? ¿Eso es amarse? El amor no es sencillamente sentimientos cálidos por otra persona, ni simplemente atracción sexual. El sexo no es un entretenimiento. Amor es el compromiso de una entrega total para procurar, efectivamente, la felicidad de la persona amada.

El ‘lenguaje’ del cuerpo está destinado a trasmitir la verdad. Dos jóvenes que están de acuerdo en tener relaciones sexuales pero no se han comprometido en matrimonio, son ‘falsos’. Están diciendo algo con sus cuerpos: “Soy tuyo totalmente, fielmente y para siempre” (porque esa es la naturaleza propia de la entrega sexual). Pero de hecho, lo que dicen no es cierto. Se están mintiendo el uno al otro.

Dos jóvenes que verdaderamente se aman y quieren expresar ese amor mediante relaciones sexuales deben ser personas que están definitivamente unidos en matrimonio. Como se aman sinceramente y no quieren engañarse, han reservado el ‘lenguaje’ sexual de sus cuerpos hasta que ese lenguaje sea expresión auténtica del compromiso que ya han asumido en sus votos matrimoniales.

Una pareja que tiene regularmente relaciones sexuales antes de casarse, y no ve nada malo en ello, demuestra que no entienden el significado del amor y del sexo. El sexo debe estar al servicio del amor comprometido.

La institución del matrimonio viene reclamada por el bien de los que se aman, que han de ser valorados siempre como un fin, nunca como un medio. De esta manera la institución matrimonial es una exigencia requerida por la autenticidad del amor sexual.

La entrega sexual sincera exige las notas de totalidad y exclusividad que son también las notas propias del matrimonio. Si la entrega sexual no es una entrega total y exclusiva, ese signo constituiría una falsificación de la realidad.

Es cierto que la existencia de un matrimonio no garantiza que las relaciones sean siempre expresión de un don total y fiel. En estos casos la pareja está violando sus propios votos matrimoniales. Pero el matrimonio es un pre-requisito absoluto para que las relaciones sexuales sean auténticas.

La persona sólo se realiza en la medida en que ama. Para esta realización, sin embargo, sólo sirve un amor verdadero: Una relación interpersonal en la que las personas se valoran por lo que son. Por eso, sólo se puede calificar como amor, la relación que tiene lugar entre el varón y la mujer unidos en matrimonio. La institución matrimonial es, por tanto, una exigencia de la verdad del amor, cuando éste se expresa en el lenguaje propio de la sexualidad.

2.- Las relaciones prematrimoniales contradicen el bien de los hijos que puedan venir.

El acto sexual debe ser conyugal porque uno de sus constitutivos esenciales es la apertura a la transmisión de la vida. Y el matrimonio es el lugar adecuado para el nacimiento y crecimiento de los hijos. Fuera del matrimonio, el acto sexual, una de dos: o se cierra al hijo (contracepción), o el hijo nace en una situación precaria y con desventaja (madre soltera, unión de hecho, etc.). El matrimonio es el ambiente más seguro y adecuado para crecimiento de los niños.

El acto sexual tiende naturalmente a la procreación. Para que un acto sexual no esté abierto a la procreación, necesariamente hay que interponer un impedimento artificial. El acto sexual, cerrado a la procreación, deja de ser signo de una entrega total, que aceptando todas las consecuencias y, por el contrario, se convierte en signo de una entrega parcial e incompleta.

No se puede separar la sexualidad humana del matrimonio y de la procreación, sin envilecerla.

Los hijos son personas. Ello exige que sean afirmados como personas desde el comienzo mismo de su existir. Lo cual solo queda garantizado cuando la relación sexual es fruto del amor desinteresado y total propio del matrimonio. A nadie le agrada saber que es fruto de una unión fortuita y no del amor comprometido de sus padres. Sin el marco del matrimonio, los hijos se verán privados de la convivencia estable y del cariño de sus padres. Convivencia y cariño a los que tienen derecho, pues lo necesitan para desarrollar al máximo todas sus potencialidades.

Por último, la apertura a la fecundidad es uno de los elementos que revelan la imagen divina en el hombre. Con su fecundidad, el ser humano transmite la imagen de Dios. Esta es la razón de que la sexualidad humana esté regida por leyes morales tan graves. Por eso es un pecado impedir la descendencia, o hacer mal uso del sexo.

Compartir