Flickr free. Recientemente una madre de familia se lamentaba: - "Mi hija mayor ya salió del Colegio pero se ha alejado de la Iglesia. Estudia en la Universidad y dice que ya no cree en la Biblia".

Me extrañó que, a estas alturas, en algunas Universidades se siga enfrentando la Ciencia con la Fe. Hace años que los entendidos ven conocimientos complementarios y no antagónicos, entre la Religión y los descubrimientos científicos.

En su obra “El origen de las especies”, escrita en 1859, Charles Darwin indica que las especies vegetales y animales proceden unos de otras mediante un proceso de evolución basado en el mecanismo de la selección natural: sobreviven los individuos más fuertes. Incluso el ser humano sería resultado de la evolución de otras especies biológicas.

Darwin parece sugerir una concepción materialista sobre el origen del mundo y del hombre, muy contraria a la noción cristiana de la creación, basada en Génesis 1.

Todo esto trajo un efecto negativo: Al prescindir de Dios en el origen de la vida, y presentar al hombre como producto de la evolución, se borró en muchos la visión cristiana. Y la ciencia y la fe aparecieron como antagónicas e incompatibles: Si todo lo explica la evolución, desaparece la fe en la Creación y en la Biblia.

Algunos creen ahora que este inmenso Universo simplemente creció a partir de una materia eterna, sin que hubiera en el origen una Mente divina que creó todo con una determinada finalidad. La evolución de la materia y la casualidad (el azar) hicieron todo. Esta es la nueva fe.

Pero una reflexión más profunda ha llevado a los entendidos a comprender que no hay contradicción entre ciencia y fe ya que un mismo y único Dios está en el origen de ambas. Pero es necesario entender bien las dos esferas de conocimiento: la ciencia se basa en la observación y la fe se basa en la Palabra de Dios. El científico nunca verá a Dios en un laboratorio, pero bien puede comprender que hay realidades más allá de lo que ven los sentidos; nada le impide aumentar sus conocimientos con las enseñanzas de la Palabra de Dios.

En el origen, Dios pudo crear las cosas de tal manera que después éstas fueran capaces de evolucionar. Así, la evolución no contradice a la creación.

No estamos diciendo que Dios actuó únicamente en el principio, y que luego dejó, simplemente, que la evolución siguiera su marcha.

Lo que ocurre es que Dios no ha querido crear el mundo como una realidad perfectamente acabada, sino que ha creado un mundo con capacidad de auto-desarrollarse. Pero este desarrollo evolutivo es dirigido, en todo momento, por la Providencia divina. Dios ha infundido en la materia leyes físicas; ha infundido en los seres vivos leyes biológicas y ha puesto en los animales el instinto. Todo esto da a los seres capacidad de auto-desarrollarse.

El efecto positivo de esta hipótesis de la evolución ha sido una mejor interpretación de la Biblia. La Biblia no es un libro científico, sino religioso: Hay que buscar en él verdades salvadoras. Para describir la naturaleza, los autores del Génesis se sirvieron de sus propios conocimientos y se expresaron en un lenguaje que pudieran entender sus contemporáneos. También la mamá utiliza un lenguaje infantil para que su pequeño pueda entender su mensaje.

Aunque los gérmenes de los seres vivos deban su origen último a Dios, no significa que todos y cada uno de los seres vivos hayan sido creados de manera directa e inmediata por Dios, tal como existen ahora.

Pero hay algo muy importante: Hay que creer que Dios creó directamente no sólo la primera materia del Universo, sino también lo espiritual que está presente en el ser humano. Lo espiritual tiene características tales que no pueden surgir de la materia mediante el proceso evolutivo. Nadie da lo que no tiene. Luego lo espiritual no puede surgir de lo material.

Es posible que el cuerpo humano (algo material), proceda de especies animales por evolución. Pero, el alma humana, espiritual e inmortal, necesariamente fue creada directamente por Dios. De esa manera surgió esa criatura especial que llamamos persona humana: "Dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26). "Entonces el Señor Dios insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo" (Gn 2,7).

En realidad Dios crea directamente el alma de cada ser humano en el momento que es concebido.

Hay que evitar, pues, dos errores extremos:

1- El evolucionismo radical que trata de explicar todos los aspectos del Universo y del hombre mediante la pura evolución de la materia. A lo largo de los años -afirman- la materia se ha transformado en vida, y luego esa misma materia se ha transformado en conciencia. Pero la conciencia es algo inmaterial, es decir espiritual. Esto último es imposible.

2- El creacionismo radical. O sea, el fundamentalismo bíblico de algunas iglesias norteamericanas que siguen defendiendo la interpretación literal del capítulo 1 del Génesis: Entienden los seis días de la creación como periodos reales de 24 horas. Pero no puede tratarse de días solares de 24 horas, ya que el sol fue creado el cuarto 'día'.

Ya San Agustín (s. IV), enseña que el Espíritu Santo nada pretendió enseñarnos en la Escritura acerca del curso del sol o la luna porque buscaba hacernos cristianos y no matemáticos o astrónomos.

Los autores del Génesis, hace 2500 años, no tenían por qué estar informados sobre Física moderna para poder enseñar, inspirados por Dios, que "Al principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1).

O, como dice el 2° libro de los Macabeos (7,28): "Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada".

O el Evangelista San Juan cuando escribe: “La Palabra existía al principio junto a Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe” (Jn 1,2-3).

Y para terminar con el Apocalipsis (4,11): "Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado".

La Biblia no nos brinda información científica sino verdades ciertas y seguras en todo lo que tiene que ver con nuestra salvación.

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