Nuevas misiones.- Todos los fines de semana viajo con Savino a Torre Annunziata, un pequeño municipio al sur de Nápoles a los pies del Vesubio, para encontrar la comunidad que vive en el corazón del lugar y que hoy atiende una parroquia, un oratorio y dos casas de acogida para menores, una experiencia propia de nuestra presencia salesiana en el sur de Italia.


En estas “casas-familia” recibimos a menores de edad extranjeros no acompañados y a adolescentes italianos que por situaciones conflictivas de familia el gobierno ha asignado a nuestra tutela, con la intención de acompañarles en el proceso de integración social y de educación. Viven con nosotros y les asistimos en los procesos legales e incluso penales que cada muchacho debe asumir.
Cada sábado, después de una típica tarde de oratorio, subo a la casa “Mamá Matilde” para cocinar con Muhammed, Ibrahim, Marco y Amedeo. Cenamos juntos, lavamos platos y decidimos que ver en la tele (si juega el Napoli, ni se pregunta) en lo que esperamos a Luigi que llega poco después de las 10. Antes de la medianoche, según las reglas de la casa, cada uno se dirige a su cuarto a dormir. Yo me quedo despierto hasta casi las 2:30 de la mañana esperando a que Modu vuelva del trabajo. Si me duermo no escucho el timbre así que me siento a rezar, a leer o simplemente a esperarlo para ver si comió algo, saber cómo le fue en el trabajo y desearle un buen descanso.
El domingo la levantada es antes que la de ellos, para lograr arreglar el cuarto y hacer mis oraciones. Luego viene la paciente y titánica lucha por despertarlos, hacer que se arreglen y que estén listos al menos antes de la misa, aunque si Modu, Muhammed e Ibrahim son musulmanes y curiosamente los primeros en levantarse para aprovechar el domingo en el patio.
Esta experiencia, aunque corta y limitada, de una cierta paternidad con ellos me permite vivir al menos por una noche la realidad que tantas familias experimentan en casa. Verlos y escuchar cómo a tan corta edad han vivido experiencias tan fuertes, te hace pensar en ellos con el corazón en la mano. Son muchachos que después de una tragedia tienen derecho a una nueva oportunidad. Y pensar que nosotros en Mamá Matilde solo podemos tener por ley 8 muchachos, ¿qué pasará con el resto que sigue abandonado, como ovejas sin pastor?
Hoy concretamente tengo en mente la sonrisa de Ibrahim. El viernes fue su cumpleaños y lo celebraron con un pastel hecho en casa y los respectivos abrazos. Mi abrazo el sábado por la tarde fue uno entre tantos, seguro no el que esperaba. Pero el cariño que con una broma y un chocolate lo acompañamos fue un pequeño intento de hacerle sentir que no está solo y que por él y como para él, para tantos más, vivimos los salesianos.
Los frutos con el tiempo se ven. Una noche Don Antonio nos llevó a cenar en una pizzería. Al terminar de comer, se levantó y se dirigió hacia la cocina. Allí frente al horno estaba Alamin que con las manos llenas de harina y la frente sudada, le dio un gran abrazo. Un joven que recién llegado a Italia fue acogido en comunidad y hoy se ha encontrado un trabajo, un lugar dónde vivir y la alegría para hacerlo. Una buena forma de celebrar el mes misionero: comer una pizza típica napolitana hecha por manos de un muchacho del Bangladesh. Pizza que sabía a todo el amor con que ese salesiano compartió el “secreto de nuestra receta”. Justo como la cena que preparamos cada sábado en Mamá Matilde. Justo como la cena que tantos muchachos aún esperan compartir con nosotros.

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