Un salesianos en Kosovo. Noviembre 2016.- Antes de comenzar a escribirles cada mes, me siento un momento a pensar ¿qué es lo que más quiero contarles? Porque es tanto lo que me encantaría escribirles que seguro nos harían falta los sillones, el café, las champurradas y el tiempo. Pero es bonito, porque los siento cerca. Siento que estoy por verles o que todo esto lo he vivido con ustedes.

De hecho, siempre reviso lo que escribo porque muchas veces doy por descontado que ya saben tantas cosas del contexto, como si vivieran aquí conmigo, que tengo que reescribirlas para darme a entender mejor. Es divertido. Y con esto de la facilidad de comunicarnos y con la frecuencia que les pienso, no siento tan larga la distancia. Una bendición.
Este mes ha sido de memoria, nostalgia y oración. Además de la dificultad que he tenido por reencontrar mi ritmo de estudio, lo interesante que es volver a la universidad y lo que me están gustando las clases, he descubierto tantos movimientos en el corazón, que me hacen agradecer la experiencia que aquí vivo.
Octubre en la comunidad lo hemos dedicado a las misiones y a presentar las distintas culturas de proveniencia. Es una inmensa riqueza el poder compartir los ritos, las tradiciones y la fe de tantos pueblos tan diferentes, que con su música, sus gestos y colores, contagian la alegría de Jesús y el Evangelio. Ha sido interesante descubrir la Iglesia así encarnada y la extensión de la Congregación. Impresionante. Bellísimo.
Obviamente el pensar y el ver las otras culturas, mueve inmediatamente a ver y descubrir aún más la propia. Al estar lejos, su valor se multiplica, al punto de sentir cada una de las tradiciones, de reconocer sus sabores, olores y colores en el interior y sentirse parte de un pueblo, de una familia, de una historia. Ver las fotos de casa y reconocer cuánto te hacen falta.
He allí la génesis de la nostalgia. Esa nostalgia, la que muchos ponen como freno a la misión, es la que te hace más fuerte. Porque al reconocer que a tu cuerpo le faltan los abrazos de tu gente, que a tus oídos le faltan la voz de tus amigos y que a tus ojos les hace tanta falta ver a tu familia, no te debilita sino que te hace más humano, te acerca a Dios.
Este mes he compartido con Dios cada recuerdo y cada sentimiento. Confieso que le he regalado un par de lágrimas y otro par más de sonrisas. Porque la experiencia de saberme amado me hace sentir la posibilidad de amar. Porque el saber que pertenezco a un pueblo, a una familia, me hace capaz de acoger a quien venga en mi vida y hacerle sentir parte de mí, parte de la Iglesia, hijo de Dios.
En fin, un mes cargado de emociones, experiencias y oración. Que rico poder decir que octubre me ha ayudado a entrar aún más en mi interior y volver a la oración. Así como los extraño, así mismo me siento feliz de estar en donde estoy. Vivo cada día como una gran oportunidad, tratando de esforzarme en lo poco, de ser fiel en lo cotidiano, para poder decir al final de mi vida que le he sido fiel a Dios cada día. Eso si, espero en noviembre no pensar tanto y estudiar un poco más…

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