Septiembre, mes de emociones. Roma, octubre 2016.- Ha sido un mes de idas y vueltas, de tantas emociones, de tantas personas, que será un reto tratar de resumir tantas cosas vividas. Ha sido un tiempo para valorar tantas experiencias y, sobre todo, para agradecer a Dios. Un vagón cargado con tantos detalles que se me ha hecho necesario tomar más tiempo del necesario para asimilar y para descubrir. Una bendición.


Algo ya les conté de la canonización de la Madre Teresa. Vale decir que en mi proceso personal, esta celebración era una pequeña meta desde que salí de Honduras: lo veía como un primer punto de llegada. Sería el cierre de mi primer año como misionero desde la fiesta del bicentenario, la salida de casa, la experiencia en la preparación y el primer contacto con Kosovo. Un primer ciclo.
Al volver a Gjilan tuve una semana para terminar de empacar mis cosas y despedirme de los muchachos, que recién comenzaban las clases. Yo imaginaba que por haber sido solo ocho meses, la despedida no sería tan sentida, pero pegó fuerte en el interior. De alguna manera el saber que volveré me hizo sonreír y animar a los muchachos.
Creo que ellos fueron los que más fuerte vivieron el decir adiós. No por ser yo quien se despide, sino por ser la primera vez que viven una experiencia parecida. Nosotros, bien o mal, estamos acostumbrados en nuestros contextos salesianos a ver venir y ver partir a tantos salesianos. Para ellos que apenas nos están conociendo, fue una gran novedad.
Comparto que me impresionó la cantidad de muestras de cariño de gente que menos lo esperaba. Hablando con mis hermanos de comunidad, comentábamos precisamente esto: No nos imaginamos cuánto es el alcance real que tiene nuestra presencia en el pueblo y en la vida de los muchachos. De allí la importancia en cuidar más el “ser” salesiano que el “hacer” tantas cosas.
Tanto afecto en este contexto es un dato a resaltar, puesto que permite descubrir a ellos no les importó tanto el tema religioso cuanto el amor y la amistad que vivimos. Es esta la sed que tienen nuestros jóvenes, sed de una experiencia de amor real, concreto y sensible; sed de Dios.
Llegué a Roma cargado de emociones y temores. Me instalé en mi nueva comunidad, en el Gerini, en donde compartiré estos cuatro años de estudio con salesianos de todo el mundo. Este año seremos 47 hermanos de 22 países diferentes. Hemos aprovechado estos días de preparación para ordenar, programar y conocer lo que nos espera. Comenzamos la universidad el 3 de octubre.
Un párrafo especial debo dedicarlo a la oportunidad que tuve de volver a Turín, para acompañar a la nueva expedición misionera. Junto con otro salesiano, fuimos invitados a compartir en Valdocco lo que ha significado nuestra vida como misioneros, él de toda la vida, yo de un año. Estar allí nuevamente y vivir el envío desde la perspectiva del “gracias”, recogiendo los frutos, las dificultades y los jóvenes que el Señor me ha confiado me hizo orar desde el corazón y reconocer que esta vida a la que Dios me ha llamado no la vivo con mis fuerzas, sino con su amor. Todo lo demás vendrá por añadidura. Y en todo me sostiene su oración.
En fin, un abanico de experiencias, rostros y sentimientos. Son las oportunidades que la misión ofrece y los regalos con que Dios responde al dejar “el nido”: encontrar el 100 por 1 en la sonrisa de estos jóvenes, en la acogida de mis hermanos, en la ilusión por continuar a seguirlo. Ahora será el tiempo de recoger tantas vivencias y ponerlas todas en oración.

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