Es un hecho que nuestra presencia está cuestionando a estos muchachos... Creo que una de las primeras preguntas que muchos me harán es ¿qué hago en Kosovo? Así que les cuento de qué se trata mi día a día. Por ratos me detengo a contemplar lo que vivo para caer en cuenta en donde estoy. Me gusta hacerlo por dos motivos: porque aprovecho para recordar cuántas dudas, cuantas oraciones, cuántas confesiones, cuántos consejos me trajeron aquí y porque aprovecho para agradecerle a Dios mi ‘hoy’.


Mi jornada de lunes a viernes tiene tres momentos marcados, por supuesto, en medio de los espacios de oración y los tiempos de comida. En la mañana combino mis ratos de estudio de albanés con la asistencia entre las aulas. No he logrado conseguir un profesor fijo porque las personas a las que les he preguntado no se animan a enseñarle el idioma a un extranjero. Así que trabajo por mi cuenta con dos libros albanés-inglés y confronto los ejercicios con mis hermanos y con los muchachos. Es divertido sobre todo escucharlos a ellos explicarme.
En la tarde asisto a los alumnos se quedan a estudiar. Estoy a cargo de ayudarles a trabajar en sus tareas, despertar a los que se quedan dormidos y motivar a los que no tienen la más mínima gana de trabajar. Cuánto los entiendo a veces. Y cuando termina el rato de estudio, algunos se quedan a jugar o platicar. Algunas veces nos hemos quedado viendo alguna película. Ellos la entienden, yo los acompaño.
Por la noche, después de la misa, es el tiempo personal y comunitario. Durante la cena comentamos lo vivido durante el día. Algunas veces don Oreste comienza a contarnos sus historias como misionero en el África. A veces los dos cuentan historias del origen de esta obra, y cuánto han trabajado en abrirla por más de 6 años. Un rato de familia. Coronamos la jornada con algún partido de futbol, alguna película o algún digestivo que prepare el sueño.
El fin de semana es bastante tranquilo (por ahora). El sábado tengo un espacio personal por la mañana y por la tarde vienen los cipotes a jugar hasta que el sol caiga o el frío los mande a casa. Típicos muchachos de oratorio: chabacanes, sencillos y simpáticos. El domingo por la mañana lo dedicamos a la comunidad de católicos que vienen a rezar juntos, celebrar la misa y compartir una “sobremesa” con algo de picar. Por la tarde vuelven los patojos y de nuevo, a jugar y a reír hasta la noche.
Una de las cosas que hemos platicado en comunidad es cuánto bien nos hace tener una obra sencilla. Es claro que la idea es proyectar y abrirla a cuantos muchachos sea posible, pero el ser pocos nos permite conocernos mejor y tener el tiempo para atendernos como comunidad. Nos permite estar entre los muchachos y salir a comer una pizza con ellos, disfrutar una película o preparar alguna fiesta sorpresa, como la que me organizaron para mi cumpleaños.
Luego de este tiempo es también interesante escuchar cómo empiezan a surgir interrogantes más profundas. Es un hecho que nuestra presencia está cuestionando a estos muchachos, como también es un precioso hecho cuánto se han sentido fascinados por el ambiente. No hay día que no nos llenen de abrazos, no nos compartan su alegría y no nos hagan también a nosotros sentir amados. Un día a día ‘sencillo’, pero lleno de detalles y con muchas oportunidades para el encuentro con los muchachos, los hermanos y el Señor.

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