Felicidad salesiana... Lo había comentado antes y ahora me detengo a contemplar la belleza de nuestra alegría. Alegría que pasa por ratos de teatro, de risa, de llanto y de música, llenando nuestras casas de fiesta, pintando nuestros corazones de gozo.

Alegría que pareciera ser nuestro distintivo como salesianos: no se es salesiano si no se vive con la sonrisa en el rostro, en el alma.
El tema de la alegría comenzó a ser un trending topic en Gjilan. Contagiados por el ambiente, los muchachos expresan cuánto aman estar en el colegio. Tampoco estoy diciendo que les encanta venir a clases, solo comento como testimonio lo que ellos mismos dicen: “Me falta el colegio el fin de semana”. Y sin querer faltar a la humildad, mucho recae en el encuentro con la comunidad salesiana.
Son varios los muchachos que se han acercado curiosos e incrédulos a preguntarme ¿por qué soy feliz todos los días? Sonrío cada vez que lo cuestionan y les respondo con una nueva pregunta: ¿por qué no he de serlo? Y mientras digieren la respuesta, les digo “soy feliz porque estoy aquí contigo, con ustedes”. No por adularlos: ellos son la profunda alegría de mi vocación.
La primera en preguntarlo fue una joven de quince años. Era evidente que ella no estaba bien pues desde hace un par de días la había visto apagada. Su pregunta fue: ¿por qué estás siempre tan positivo todos los días? Me agarró desprevenido. Primero, no me había dado cuenta. Segundo, no esperaba iniciar el diálogo así. Tercero, ¿cómo responder?
Comencé con una risa nerviosa. Le agradecí por el halago y le hice ver que ni yo me había dado cuenta. Tratando de evaluarme en lo profundo, me di cuenta que desde que llegué a Kosovo, había decidido vivir cada día como un regalo. No estoy aquí por mérito ni por recompensa: estoy aquí por pura gracia de Dios. Él puso en mi interior la inquietud, los medios y esta realidad. Él es la razón de mi ‘hoy’.
Así que, volviendo del pequeño viaje a mi interior, le dije que habían muchas razones para no serlo, si así lo quería: el frío, la nostalgia, la gripe, la dificultad del idioma… pero mi vida no la vivo desde esa perspectiva, sino desde los ojos de Dios. Así que en vez de echar de menos tantas cosas, amanecer pensando que el Señor me daba la oportunidad de encontrarlos y de ir a saludarles me hacía feliz.
El siguiente fue un muchacho. La pregunta suya fue un poco más pícara. Me dijo: “yo no entiendo cómo si tenés veintisiete años, no tenés un trabajo fijo, no tenés una mujer que te ame, ¿cómo podes ser feliz?” Claro que la risa con él no fue nerviosa, sino espontánea. Le dije que como hombre, estoy en una etapa en la que muchas cosas deberían ser parte de mi presente, pero no lo eran a causa de mi vocación. No obstante esas ‘carencias’, lo tenía todo en poder realizar mi vida al servicio de Dios en los muchachos y la Congregación. Entonces si tenía razón para ser feliz.
Ayer otra joven me hizo un comentario que me inspiró estas líneas. Al saludarme me preguntó “si je? A jeni mirë?” (¿cómo estás? ¿Estás bien?) y yo le respondí: “Unë jam i lumtur… shumë i lumtur” (“Yo estoy feliz, muy feliz” en mal albanés). Se quedó en silencio ante mi, me tomó de las manos y me dijo: “hace mucho tiempo que no escuchaba a una persona dar esa respuesta”. Sonó la campana y entró a clases. Su comentario quedó rondando en mi interior.
Al receso del mediodía fui a pedirle me explicara su respuesta. Primero controló si la estaban escuchando sus amigos y luego dijo que todos los días cuando hace esa pregunta escucha respuestas como “aburrida”, “detesto mi vida”, “sin sentido”, “cansada”. Y se deja absorber por cada una de estas respuestas negativas. Y por eso, cuando escuchó mi “shumë i lumtur” quedó en shock: no se esperaba mi alegría.
Entonces pensé (y protesto) que no puede ser que los jóvenes estén habituados a dar estas respuestas. No entiendo cómo se puede ser joven y pensar ya que la vida es una desgracia, cuando la juventud es el momento para soñar más que nunca, para ver la vida desde la esperanza, la pasión y el amor. No podemos contentarnos con ver a nuestros muchachos absorbidos en sí mismos, tristes, frustrados, víctimas del estrés. Ser joven es tener el derecho y la vida abierta para soñar y ser feliz.
Hace dos semanas me atreví a lanzarles el reto a los muchachos y preguntarles ¿qué los hace realmente felices? Una chica respondió que mi pregunta tenía una trampa: es imposible ser felices. Basando su respuesta en la necesidad de la “realización” (desde una clara filosofía consumista-occidental) y la evidente escasez de recursos para lograrla, afirmó convencida que era imposible ser feliz.
Nos sentamos a platicar. Tiene razón, esa felicidad viene como consecuencia de un largo camino. Ella no había caído en cuenta que la felicidad también está en el camino, como son ‘felicidad’ los amigos, la risa, la lluvia y el chocolate. Es felicidad la de los niños, la de un chiste o una broma. Es felicidad el ser y vivir agradecidos. Es felicidad ponerlo todo en manos de Dios y vivirlo todo como un regalo de su amor.
¿Qué me hace feliz a mí? Saberme salesiano, todo disponible para los muchachos como signo y portador del amor de Dios. Soy feliz cuando estoy en el patio compartiendo el corazón con estos muchachos. Soy feliz cuando me encuentro con quienes amo, cuando hablamos y pasamos el rato juntos. Y eso lo procuro todos los días: ir al encuentro, aun cuando sea fuerte la resistencia interna.
Pienso que para vivir la alegría, basta abrir los ojos y el corazón al ‘hoy’ y descubrir (no elaborar) los motivos. ¿Cuánto cuesta ser alegres? Nada, es gratis. Tal vez es no tan sencillo, pero si posible. Habrán mil razones para no serlo, pero una sola basta para vivirlo: Dios, que te ama, te permite descubrirlo. Basta y sobra y todo se construye a partir de ello.
Vivir la vida como don, como un regalo, y cada encuentro como una bendición. Por eso le digo a mis muchachos “son ustedes mi alegría”, porque ellos son mi hoy, mi sagrario, la historia de mi vida. Y mi vida quiero vivirla en la alegría y el amor. Y a ti, ¿qué/quién te hace profundamente feliz?

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