Qué es casarse. La actual crisis social está relacionada con la situación de la familia: observamos un descenso de la tasa de matrimonios y de la natalidad. Y observamos también un incremento de los anticonceptivos - de los abortos - de divorcios - de niños que nacen fuera del matrimonio - de niños abandonados, niños de la calle - de la delincuencia juvenil y las pandillas - de la drogadicción y el alcoholismo juveniles – etc.

La verdad es que donde se rompe la familia empiezan los problemas sociales.
La causa de la crisis social se debe: 1- al olvido de la dignidad de la persona humana como imagen de Dios; 2- a la pérdida de la identidad del matrimonio y de la familia. Por lo tanto, la solución de la crisis social está en reconstruir la familia en base al matrimonio natural y bíblico.
Con palabras de la iglesia: “El bienestar de la persona y de la sociedad dependen de una favorable situación de la comunidad conyugal” (GS 47).
Muchos piensan que el comportamiento sexual es algo privado que sólo interesa a cada quien; que no tiene ninguna repercusión sobre los demás y que, por lo tanto, nadie tiene que decir a nadie qué debe hacer en esta materia. ¡Esta afirmación es falsa!
Convenzámonos: el bien de las personas y de la sociedad es directamente proporcional a la salud de la familia y del matrimonio. Por el contrario: a familias desintegradas corresponden sociedades desintegradas.
Si se permite el divorcio, ¿qué diferencia hay entre los que se casan, y los que sólo se unen? En el fondo no hay ninguna diferencia, puesto que en ambos casos tenemos relaciones sexuales pactadas ‘hasta que nos cansemos el uno del otro’. Conclusión: si se permite el divorcio, el matrimonio resulta inútil. ¿Para qué casarse entonces? El matrimonio, o es indisoluble, o no es matrimonio.
Para comprender mejor el matrimonio nos preguntamos: ¿qué diferencia hay entre ser novios y ser esposos?
El amor de los novios surge espontáneamente (enamoramiento); pero ese amor no lo pueden exigir el uno al otro como un derecho. Los esposos, en cambio, han tomado, libre y voluntariamente, la decisión de amarse para siempre, y a ello se comprometen mediante un consentimiento mutuo (pacto matrimonial).
Los novios se quieren. Los esposos también se quieren, pero, además, se comprometen a quererse para siempre.
Entonces, ¿qué es casarse? Recordemos la fórmula del rito de la boda:
Dice el Presbítero: - “José, ¿quieres recibir a María, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida? Y contesta José: - Sí quiero.” Y lo mismo dice María.
A través de la alianza matrimonial, varón y mujer se entregan y reciben el uno al otro de manera que ya no son dos sino una sola carne. Se pertenecen, el uno al otro.
Al casarse, la espontaneidad de su amor de novios, se transforma en exigencia de justicia, en deuda de amor. “Lo prometido es deuda”.
Todo está contenido en la fórmula del sacramento. Veamos lo mismo con otras palabras: Dice él: “Porque te amo de verdad, me comprometo con juramento a amarte para siempre”. Por eso ella podrá decir: “Puesto que te has comprometido a amarme para siempre, te exijo fidelidad”. Y viceversa.
Vemos, pues, que los novios se quieren, pero no se deben amor porque todavía no se han comprometido. Por eso un noviazgo puede romperse sin que se cometa ninguna injusticia. En cambio, el consentimiento matrimonial compromete a los contrayentes a que se amen; establece la obligación de amarse para siempre. Romper este compromiso, sí constituye una injusticia.
Los esposos se han entregado el uno al otro. Lo que uno es y podrá ser en el futuro, ya no es ‘suyo’, sino de su cónyuge: “La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo, sino la mujer” (1Co 7,4).
¿Qué pasa si, más tarde, los esposos se ‘arrepienten’ de aquel ‘sí’? Respuesta: el matrimonio que se originó, no desaparece. El pacto matrimonial, hace surgir el estado matrimonial de forma definitiva: “Ya no son dos sino una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Cf Mt 19,6).
Pero, ¿cómo es posible que de un único ‘sí’, surja un vínculo perpetuo y exclusivo entre los esposos? Esta objeción ya se la hicieron los discípulos a Jesús: ‘Si esa es la condición del hombre con la mujer, más vale no casarse’. Y él les respondió: ‘No todos pueden con esto; solamente aquellos que reciben tal don’ (Mt 19,10).
Los contrayentes producen lo que quieren y desean. El pacto conyugal origina el estado matrimonial porque eso es lo que se quiere (‘Sí quiero’, se dijo el día de la boda).
¿Qué es lo que quieren, de hecho, los novios al casarse? Una entrega total, exclusiva (fiel), para siempre (indisoluble), y abierta a la procreación y a la educación de los hijos.
Si quieren otra cosa o pactan otra cosa, son libres de hacerlo, pero en ese caso no se están casando.

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