Una fiesta interior... En realidad, en el día de hoy no sabemos celebrar una fiesta. Se trabaja hasta es estrés y se ríe poco. Hay una espesa nube de aburrimiento sobre las gentes de nuestro tiempo. Buscamos una escapatoria en la salida a la discoteca, al bar, a la playa; pero no podemos huir, porque el ruido y el estrés de la ciudad lo llevamos dentro.

Vamos a la playa pendientes de la TV, y con música a todo volumen. Estamos metidos en un círculo vicioso: trabajar para tener dinero; tener dinero para divertirse consumiendo hasta quedar agotados. Y luego volver al trabajo de nuevo. Hay que inventar otro sistema o seguiremos creando personas tristes, aburridas, vacías, hartas, sin imaginación, sin fantasía, esclavos.

Es necesario REINVENTAR LA FIESTA porque lo festivo se ha ido ocultado en los butacones y en las luces mortecinas de los cines, las discotecas, los bares… Su función social no es más que distraer al hombre de los intereses realmente importantes. Hay fiestas que, más bien, embrutecen, según la fórmula alcohol, drogas, sexo y rock and roll.
No sabemos qué significa la palabra fiesta. Decimos ‘hoy es fiesta’ y en realidad sólo queremos decir con eso que no se trabaja. Esto es sólo un sentido empobrecido de fiesta.
Fiesta es tiempo de novedad. ¿Cómo volveremos a la eterna novedad que es el vivir? Fiesta es tiempo de danza, de juego, tiempo de libertad, de risa, de creatividad.
Hemos de redescubrir esta palabra ya gastada y rota por el egoísmo y los sufrimientos que nos causamos unos a otros.
La fiesta es la llamada, la invitación a la felicidad que Cristo Resucitado concede a todo hombre en este mundo.
La fiesta es la paz que nos llena porque sabemos que estamos salvados y ya nada puede hacernos infelices.
Jesucristo nos ha dicho que seremos felices, incluso siendo pobres y perseguidos. La fiesta es vivir las bienaventuranzas, el amor a los enemigos… Es una alegría interior que nos anima a seguir viviendo. Porque le hemos encontrado un sentido espiritual a la vida. Fiesta es alegría, renovación, esperanza.
¿Es que voy a quedarme triste, a no vivir la fiesta, creyendo como creo en la resurrección?
La fiesta es algo que nos empuja a comunicarnos con todo lo que nos rodea y con los demás. Porque una fiesta nunca podrá vivirla uno solo. Constituye la ocasión de que cada uno sienta la riqueza que se experimenta al saltar juntos, cantar juntos, palpitar de vitalidad al mismo tiempo. La fiesta es un canto a la vida. La fuerza o fuente de la Fiesta el la Buena Noticia, el Evangelio o, mejor dicho, Cristo Resucitado.
Si realmente somos cristianos, no podemos estar tristes. Si ahora nos apreciamos, nos queremos, nos aceptamos, nos alegramos, si vivimos nuestra fiesta juntos, es que ya participamos de la salvación que nos ha dado Dios en Jesucristo. Se trata de vivir externamente la fiesta que cada uno vive internamente. Porque sobrepasa nuestra interioridad y se manifiesta en nuestros labios, en nuestras palmas, en nuestras risas, en todo nuestro ser.
¿Renunciaremos a esta dicha? ¡Jamás! De estas fuentes brotan en nosotros poesía, espontaneidad, fantasía, energía; surge en nosotros la capacidad de dar sentido a la lucha, a la ruptura de defectos; da sentido incluso a la muerte. Porque Cristo Resucitado hace de la vida del hombre una fiesta.
Así pues, encontrar, conocer, amar, seguir a Cristo Jesús que vive, este es nuestro programa. Esta es la solución, la clave, la fórmula nueva y eterna.
Esta reflexión surgió en el Monasterio de Taizé (Francia), donde se originaron las Pascuas Juveniles anuales.

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