El denso verde y ciertos parajes fascinantes compensabas las sacudidas constantes del envalentonado vehículo... Carchá, Guatemala.- Ciento cincuenta entre sesenta da dos horas y media. O sea, si cada niño/niña de primera comunión se confesaba en un minuto, yo hubiera tardado dos horas y media.Lo cual habría sido una maratón imposible. Solución de urgencia: dado que los pecados de los niños son veniales, si es que los tienen, todos los que abarrotábamos la iglesia pediríamos con cariño al Señor que purificase colectivamente las almas de estos ilusionados niños y niñas. De lo contrario, la asamblea religiosa se habría extendido desde las nueve de la mañana hasta las tres o cuatro de la tarde. Demasiado para tanto niño. Nadie protestó, supongo que Jesús tampoco.

Mi viaje en picop duró dos horas y media en un día particularmente lluvioso, frío, por un camino rural lodoso y plagado de baches. El último tramo, espectacular por las subidas y bajadas casi verticales. El denso verde y ciertos parajes fascinantes compensaban las sacudidas constantes del envalentonado vehículo.

La celebración litúrgica, como siempre en estas comunidades indígenas, solemne, pausada, participada. Cantos asambleares, mucho incienso, piedad palpable. Puedo dar fe de que los niños habían recibido una catequesis de lujo: nada menos que tres años.

Terminada la misa, me di el gusto de “perder” mi tiempo con la gente en pláticas familiares. Intuyo que un apretón de manos, una sonrisa franca o una broma al pasar tienen más impacto pastoral que si les echo un sermón.

Con el regusto de haber vivido una intensa experiencia pastoral, acometo el camino de regreso, 50 kilómetros en dos horas y media, la escobilla del parabrisas incansable, esquivando (tarea casi imposible) charcos y más charcos, flanqueado por ese verde vegetal infinito. Me sentí afortunado. Pocos podrían darse un lujo así.

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