Imagen disponible en línea gracias a Contrapunto.com Primera escena. Regresábamos de una excursión-caminata a la Laguna de Alegría, en El Salvador. El grupo de treinta participantes estaba formado por animadores del Oratorio de la Parroquia María Auxiliadora más una pequeña representación de jóvenes oratorianos.

Conforme entrábamos a San Salvador, algunos de los paseantes se bajaban del bus por la cercanía de sus casas. A unas cinco cuadras de la Parroquia pidió bajarse un joven oratoriano.

Fue cosa de abrirse la puerta del bus y nuestro amigo saltó como un gato a la acera, corrió como alma en pena, cruzó temerario la calle esquivando carros y continuó como una exhalación por la acera de enfrente hasta desaparecer en la esquina.

-       Está loco ese muchacho-, comentábamos los del bus, con la boca abierta ante tan extraño comportamiento.

-       No-, dijo alguien que lo conocía mejor. Él vive en un barrio muy peligroso.

Nuestro joven amigo se había bajado del bus en una zona dominada por una pandilla “enemiga”. Si lo hubieran reconocido, lo habrían interceptado y… adiós.

Segunda escena. Un domingo saludo a un oratoriano adolescente. Es el saludo de siempre:

-       ¿Cómo estás?

-       Más o menos.

-       ¿Qué es lo “más”? – lo interpelo

-       Que vine al oratorio

-       ¿Y lo menos?

-       Que mi barrio se ha puesto muy peligroso.

-       ¿Por qué?

-       Tres muertos en tres días, uno cada día, - me dice con rostro preocupado.

Tercera escena. Sábado por la tarde en el oratorio. Jóvenes de 16 a 21 años. El salón rebosa de vida: pequeños círculos de jóvenes reciben catequesis bajo la guía de los catequistas. Han llegado puntuales, según la exigencia del reglamento. Me acerco a la puerta de la entrada y encuentro en las gradas a cinco jóvenes cabizbajos. Sin catequesis no habrá futbol.

-       ¿Qué les pasó?

-       Nos detuvo la policía.

Venían los cinco en un automóvil. El solo hecho de ser jóvenes los volvía sospechosos de pertenecer a las maras.

Cuarta escena. Es domingo por la mañana. El oratorio bulle de jóvenes: niños, adolescentes, jóvenes, padres de familia. Un joven me cuenta, como si tal cosa, la aventura del día anterior. Él y otros amigos habían incursionado en una de las zonas más peligrosas fuera de San Salvador. Los mareros los rodearon y los despojaron de celulares, tablets, dinero…

- Hasta nos quitaron dos revólveres que llevábamos.

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