Sobriedad y ayuno. Me horrorizan esos concursos en que se compite acerca de quién tiene la mayor capacidad de comer hamburguesas o pupusas o beber cervezas.

Pareciera increíble que en un estómago tenga cabida tal cantidad de comida o bebida. Es una auténtica aberración humana. Y para colmo, el evento es publicitado y hay premios para los ganadores.

Nos estamos deslizando hacia una cultura de la saciedad. Ya no se trata de saborear una comida exquisita, sino de atiborrarse de ella. El fin de semana no es ya la parada saludable para recuperar fuerzas, sino que los días laborales se tornan la espera aburrida para vivir el fin de semana hasta el agotamiento. El trago entre amigos termina en borrachera vergonzosa.

Como los deportes extremos, hay que vivir frenéticamente hasta el límite de la propia resistencia. El asunto no es escuchar música, sino soportar el máximo de decibelios y bailar como zombies a un ritmo atronador. Mirar televisión por horas y horas encandilados ante ese flujo de mensajes de baja calidad.

La droga es el culmen del supuesto disfrute. Enervarse hasta la pérdida de la conciencia. Y pronto aparecerá el "heroico" drogadicto muerto en un servicio sanitario con la aguja todavía clavada en el brazo.

La civilización del exceso. El placer en cantidades desorbitadas. Es la propuesta que nos ofrece la cultura actual. Disfrutar de la vida a toda costa. Vivir para el ocio. El trabajo como una maldición. La búsqueda frenética del dinero fácil. Todos, caminos de alienación, deshumanización y muerte.

Hay que recuperar la sobriedad como el arte de vivir una vida sana. Tener el valor de ir contracorriente. Disfrutar de la vida por la vía de la moderación. Gustar de los placeres sencillos. Aspirar a todo lo que ennoblezca nuestra persona: la belleza, la espiritualidad, el silencio de la naturaleza, la oración.

Ayunar no es un sacrificio. Es aprender a vivir con sensatez.

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