Talita Kumi Nueve horas en carro recorriendo 400 kilómetros, con sabias pausas saludables, valieron la pena. Era el largo viaje desde San Salvador, en El Salvador, hasta

San Pedro Carchá, al norte de Guatemala. Teníamos un compromiso novedoso en el Centro Talita Kumi. Nos habían pedido un taller de dos días para maestros rurales. Querían conocer el Sistema Preventivo de Don Bosco.

Eran sesenta los participantes, hombres y mujeres, algunos jóvenes, otros ya maduros en edad. Al comienzo se percibía una cierta timidez o curiosidad o sencillez. La gran mayoría era de cultura indígena qeqchí, que se caracteriza por la calma. No es un pueblo dado a la extroversión agitada.

El número de asistentes nos impresionó. Estaban sacrificando dos preciosos días de su estrenado período de fin de año escolar. Era un buen indicador para comenzar con optimismo.

Otro ingrediente al optimismo lo constituía la belleza del lugar. Fresco, verde, apacible, bello. El lugar ideal para el trabajo. Cero interferencias, a no ser la lluvia inusual que caía día y noche. Que, más que interferir, añadía un toque poético.

Mis dos colaboradoras, Zaida y Alejandra, son dinamita pura. La alegría y el entusiasmo un poco alocado las desbordan. Con energía irreprimible e incansable acometieron la tarea de presentar con esfuerzos condensados la riqueza de la pedagogía salesiana.

Y así los sesenta participantes fueron bebiendo los clásicos filones del secreto educativo de Don Bosco: razón, religión, cariño; asistencia salesiana; prevenir antes que castigar; santidad como horizonte educativo; optimismo del educador...

Los tres modelos educativos de Don Bosco, sus mejores frutos según nuestro santo, fueron dibujándose en la mente abierta de los participantes: Domingo Savio, Francisco Besucco y Miguel Magone.

Recursos tecnológicos como videos y gráficos se alternaron con divertidas dinámicas que regocijaban hasta al más tímido.

Según lo expresado por varios de los participantes, el taller les abrió un horizonte entusiasmante. Se iban con el deseo de ensayarlo en sus disperas escuelas.

Claro que nos cansábamos. Terminábamos cada día con ojos y mente pesados. Pero recuperábamos las energías en la comunidad de las Hermanas de la Resurrección, religiosas indígenas que rezuman sencillez y cordialidad. Con ellas nos alimentábamos de exquisita comida y afecto transparente.

Regresamos satisfechos. El cambio de trabajo es ya descanso, decía Don Bosco. La nuestra era una fatiga estimulante que nos vigorizó en la fe en el ser humano. Sobre todo, en ese grupo de maestros tan ilusionados por educar como Don Bosco.

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