Vaticano / imagen disponible en línea. Un nuevo estremecimiento en el Vaticano: maniobras sucias en el manejo de sumas ingentes de dinero en su banco. Este tipo de maniobras de parte de los grandes bancos del mundo son tan frecuentes que ya se han vuelto lugar común. Pero que el escándalo estalle en el Vaticano, eso corre como relámpago por todo el mundo. Peor todavía cuando el de la foto es un prelado con cara de piadoso.

Primero nos abrumaron las noticias de religiosos enredados en casos de pedofilia y su mal manejo por las autoridades de la iglesia. Ahora se añade este otro caso explosivo. ¿Adónde vamos a parar? ¿Es que se está desmoronando la iglesia?

Los de afuera, quienes miran a la iglesia con ojo maligno, la ven como un nido de ratas, una institución hipócrita, sede de todos los vicios. Pareciera que esperan su desplome para aplaudir.

Quienes formamos parte de la iglesia y la amamos y nos identificamos con ella, por supuesto que sufrimos cuando brotan estos casos clamorosos. ¿Quién no se averguenza cuando algún trapito sucio de familia sale a relucir?

Considero, sin embargo, que hay otra perspectiva para ponderar estos hechos bochornosos. En primer lugar, la comunidad eclesial es una institución compuesta por pecadores. Pecadores en vía de santificación, que es una meta nunca lograda plenamente. Pecadores con mayor o menor contaminación de pecado. Trigo y cizaña,

Existe, además, la visión de fe: es Cristo la cabeza de la iglesia, su fundador. Cristo, el que triunfó sobre el mal y ofrece a sus discípulos vida abundante. Ver a la iglesia como una simple institución humana es desconocerla del todo.

El mal es siempre escandaloso; el bien, discreto. Sin necesidad de acudir a estadísticas, el cristiano está convencido de que en la iglesia y en el mundo abunda más el bien que el mal. Y que el bien triunfará definitivamente. Jamás se podrá publicar las incontables cifras de seguidores de Jesús que se ejercitan de modo escondido en la caridad y la santidad.

Por último, hay que admirar el modo en que la autoridad máxima de la iglesia está gestionando los casos escandalosos. El papa Francisco no quiere arropar en el seno de la iglesia a personas que se camuflan de cristianos para cometer sus fechorías.

Por tanto, bienvenidos los estallidos escandalosos en la medida en que son un camino de purificación. Purificación dolorosa, pero saludable.

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