Hermanas de la Resurrección. Son alegres, pero con una alegría espontánea, no estereotipada. Rezan, no con fórmulas cansinas, sino como quien conversa con Dios. Cantan con toda el alma, como una sola garganta, con voces perfectamente afinadas. Saludan con la ingenuidad iluminada en el rostro.

Trabajan con una fortaleza tal que es difícil explicarse de dónde sacan tanta energía. Viven en comunidad, con más fraternidad que jerarquía.

Visten como las mujeres de la región, sin un hábito que las segregue de las mujeres del lugar. Apenas un crucifijo discreto las identifica como consagradas.

Su campo de trabajo abarca extensas zonas rurales. Viajan en maltrechos buses, en la cajuela de pickups, como cualquier habitante de la zona. Caminan a pie largas distancias para encontrarse con la gente que atienden.

Como por arte de magia reúnen a grandes masas de niños, de jóvenes, de señoras, de adultos. Dirigen con soltura y dominio tanto pequeños grupos como asambleas enormes. El liderazgo lo llevan en la sangre.

En las comunidades que atienden son bien recibidas. Conversan con sencillez y seguridad con toda clase de personas, desde niños hasta adultos y ancianos. Es evidente que tienen autoridad interna que las lleva al liderazgo de forma natural.

Son ingeniosas para transmitir el mensaje evangélico mediante cantos, dramatizaciones, danzas e imágenes. Los jóvenes y niños se sumergen incansables en estas actividades que son a la vez oración, diversión, arte y compañerismo.

Tienen hambre por aprender todo lo que resulte útil a su trabajo pastoral. Componen música en computadora, crean y transmiten programas de radio, están en constante contacto con sus colaboradores y colaboradoras mediante el teléfono celular, elaboran folletos catequísticos.

Últimamente se han lanzado con alegría infantil a la navegación en internet. Ya tienen sus cuentas en gmail y en facebook. Aprenden con agilidad a tomar fotos, enviarlas por correo electrónico o utilizarlas para sus recursos pastorales.

Ellas son las Hermanas de la Resurrección, una congregación indígena qeqchí, nacida en San Pedro Carchá, al norte de Guatemala. La idea original era ofrecer el carisma religioso a las jóvenes indígenas prescindiendo del empaque occidental. Que pudieran ser religiosas sin renunciar a ser indígenas.

El experimento está funcionando.

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