Fotografía disponible en Google Imágenes. Vatileaks, pedofilia, rivalidades al más alto nivel, movimientos económicos opacos… La prensa internacional ha encontrado un filón de primera para su insaciable avidez de ventilar escándalos. Sobre todo, tratándose de una institución de enorme prestigio histórico y moral.

Y, para ajuste, la renuncia del Papa. Un hecho inimaginable, que cayó como balde de agua fría y dejó con la boca abierta a millones de católicos y no católicos en el mundo entero.

Ahora asistimos a una explosión de interpretaciones sobre esas nubes negras que se arremolinan sobre el Vaticano, en particular. Los periodistas, algunos de ellos con olfato de cuervos, manejan los datos con evidente mala voluntad.

Otros tratamos de formarnos una visión equilibrada sobre esa repentina cascada de sorpresas chocantes que por poco nos abruma.

¿Qué está pasando en la Iglesia católica? ¿Es su desmoronamiento final? ¿Quedará reducido a trizas su prestigio hasta ayer indiscutible? ¿Hay indicios de una recuperación saludable?

Creo que en este remolino de voces discordantes, algunos puntos deben quedar bien claros y sentados.

Primero, la iglesia católica no es una institución humana, que se desgasta con el paso del tiempo y que termina por pasar, bien o mal, a la historia. La iglesia es de Dios, no de los hombres. Ni siquiera es del Papa. Su fuerza y solidez están garantizadas por el empuje del Espíritu de Dios, que la guía a través de la historia. Solo con una mirada de fe se logra interpretar este momento oscuro que está viviendo.

Segundo, no es la primera vez que la Iglesia se ve envuelta por las borrascas del mal. La historia registra épocas de gran santidad y otras hasta bochornosas. Esos altibajos dependen de la mayor o menor calidad de sus miembros.

Tercero, hay un refrán conocido que dice: Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece. Cuando se detectan graves fallos en personajes de relieve, el ruido es enorme. Pero la gran masa de miembros de la iglesia, jerarquía incluida, goza de una salud espiritual respetable. Los fieles cristianos se esfuerzan por vivir su vocación de Hijos de Dios entre humildad y generosidad.

Cuarto, la Iglesia no es el Vaticano. Este, como todo centro de poder, está sujeto a pasiones y presiones enormes. Los choques de personalidades son explicables en ese pequeño entorno de gobierno, dada la talla extraordinaria de quienes trabajan allí. Como seres humanos, sus fragilidades resultan más aparatosas que en el hombre de la calle. Los signos de santidad se encuentran con mayor abundancia en la periferia.

Quinto, la lucha perenne entre pecado y gracia durará hasta la consumación de la historia. La garantía de la presencia salvadora de Cristo en medio de los hombres ayuda a mantener viva la esperanza. Al final, triunfará Cristo, señor de la historia. Habrá un cielo nuevo y una nueva tierra. El bien es más poderoso que el mal. Hay razones para la alegría.

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