Flickrfree Encierre usted a 53 salesianos durante cinco días en un lugar solitario y verá lo que es un milagro. Todos provenientes del campo de trabajo, lo cual no es poco decir, ya que la acción salesiana acostumbra a ser exigente. Dicho con otras palabras, los salesianos no estamos hechos para estar quietecitos.

Pues bien, sucede el milagro... a medias. La tarde de llegada es algo caótica. Abrazos sofocantes, saludos a grítos, maletas arrastradas. Llegamos desde los seís países de Centro América. Antes de ir a dormir, el Inspector nos amonesta a tomar en serio el silencio durante los cinco días de retiro que nos esperan. A duras penas logramos obedecer la consigna el primer día. En el segundo, el silencio comienza a agrietarse tímidamente. ¿Cómo pedir silencio a viejos amigos que hace tiempo no se ven?

La casa de retiro está en Ayagualo. Colina solitaria y bella, plena de historia salesiana. Ambientes confortables. Clima delicioso. Por un par de días el viento se pone juguetón, demasiado juguetón.

El menú espiritual es de calidad. Cada día se abre con el rezo comunitario, pausado y solemne de Laudes. Dos conferencias al día expuestas por un experto salesiano. Encuentro breve de oración comunitaria a mediodía. Misa vespertina celebrada con holgura de tiempo y calidad litúrgica. Rosario recitado en pequeños grupos nocturnos que van y vienen por los corredores. El día se cierra con el rezo de Completas, seguido por las tradicionales y amenas Buenas Noches.

Los intervalos de la jornada quedan disponibles para la oración y meditación individual. Aquí es donde se cuela alguna charla furtiva, clandestina, a media voz, entre viejos amigos que no resisten el ansia de contarse las peripecias del año.

Las comidas merecen mención aparte. Nada del estilo frugal de los monjes medievales. Se come bastante bien. Cada día, una sorpresa en el menú. La verdad es que las monjitas de la cocina nos tratan con cariño.

Después de almuerzo, descanso. Los cercanos a la cuarta edad se encaminan con paso lento rumbo a sus habitaciones. Algunos de la tercera edad se animan a estirar las piernas bajando y subiendo la pronunciada pendiente, los de la edad media se miden con los jóvenes en intensos encuentros de básquetbol.

Ejercicios espirituales, ¿para qué? Para reponer energías, por supuesto. Todos llegamos cansados del trajín del año. Para poner orden en nuestras vidas ajetreadas. Para reconciliarnos con Dios que nos ama tanto. Para asumir con renovado entusiasmo nuestra vocación salesiana.

Los Ejercicios Espirituales concluyen el viernes con la cena, que tiene un toque de fiesta. Pero, como buenos salesianos acostumbrados a la vida activa, se trata de comer y correr. Una alegre impaciencia se traduce en abrazos apresurados de despedida, revuelo de maletas y motores de vehículos que despiertan después de un letargo de cinco días.

Un par de horas después Ayagualo se sume en el silencio nocturno porque sus huéspedes recientes, perennemente juveniles, se dispersan en la oscuridad para retornar a su habitual mundo de apóstoles de los muchachos.

Es probable que Don Bosco, desde el cielo, guiñe un ojo y sonría complacido contemplando este puñado de hijos suyos tan alborotados, tan hijos suyos.

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