Diego Villacorta, autor. Mi nombre completo es Juan Melchor Bosco Occhiena. Mi nombre en italiano es Giovanni Melchior Bosco Occhiena. Nací en Becchi un 16 de agosto de 1815. Morí en Turín un 31 de enero de 1888. También soy conocido en el mundo como Don Bosco. Fui un sacerdote y educador del siglo XIX. Fui el fundador de la comunidad salesiana. Me han identificado como el padre y amigo de la juventud. Mi principal atención fue hacia los jóvenes y mi intención era ayudarles. En el 2015 se cumplen 200 años de mi nacimiento.

Un día, estando en el cielo, tuve tiempo para reflexionar y me dije: Quiero conocer mis obras, quiero llegar a cada una de mis obras. Entonces quise iluminar a mi sucesor. Una noche él se fue a acostar y soñó conmigo. Le propuse que hiciera una urna o una imagen mía, pero que ésta fuera de cera, ya que el siguiente día de mi muerte mi rostro fue  reproducido con calco que Cellini realizó. Entonces mi sucesor empezó a realizar los trámites que yo lo había mandado hacer para llevar esa estatua por el mundo.

Mi urna, fue diseñada por el arquitecto Gianpiero Zoncu, ha sido realizada en aluminio, bronce y cristal. Los maestros artesanos que intervinieron en su elaboración son Marco Berrone (herrero), Francesco Boglione (carpintero). En cambio los cristales han sido preparados por la empresa Bivetro, las partes metálicas por la Herrería Artística De Carli, y la empresa Perlaluce ha instalado la iluminación. Mi urna empezaba a quedar muy bonita. Me sorprendía ver que la misión se cumplía en poco tiempo.

La base de mi urna representa un puente sostenido por cuatro pilares sobre los cuales han sido grabadas las fechas relacionadas con mi bicentenario: 1815-2015. Los pilares laterales están decorados con baldosas cuadrangulares que representan rostros de jóvenes de los cinco continentes, realizadas por el escultor Gabriele Garbolino. El escudo de mi Congregación Salesiana, que este año celebra los 150 años desde que la fundé y el lema carismático que adopté, “Da mihi animas, caetera tolle”, completan la decoración de mi tan deseada urna.

Mi urna se realizó con amor y sudor. Entonces emprendí mi vuelo hacia todas las obras salesianas que nacieron. Comencé por Sudamérica. Mi primer país fue Chile donde me conmovió lo que vi: muchas personas siguiéndome, una celebración a mi llegada. Yo no llegaba en carne y sangre, pero llegué con mi espíritu y pude ver tanta gente pidiendo por mí y dándome las gracias. Pude escuchar muchas plegarias y otras cosas más.

Después comencé a ir a otros países y luego me dirigí hacia Centro América. Comencé mi recorrido por Panamá para seguir por Costa Rica, Nicaragua, Honduras. Por fin llegué a un país de donde había escuchado muchas plegarias porque existía mucha corrupción en el gobierno y había mucha inseguridad. Ese país era El Salvador, un país con un índice terrible de violencia. Sabía que tal vez no era muy seguro ir allí, pero las personas estaban muy entusiasmadas.

El 28 de julio llegué a El Salvador. Fui al colegio San José, en Santa Ana. Fue un momento muy especial porque pude ver cómo los salvadoreños estaban muy entusiasmados conmigo. Gracias a Dios, todo salió muy bien y no le pasó nada a mi urna.

De Santa Ana salí hacia Santa Tecla adonde llegué a las 5:00 pm. Muchas personas me esperaban gritando y cantando. Podía ver y al mismo tiempos sentir la euforia de cada uno de esos teclenos que estaban ahí.

Cuando me bajaron pude observar que las niñas de los colegios de las obras salesianas  habían hecho un pasillo en la calle. Podía sentir la respiración de los jóvenes escoltas y de seguridad del Colegio Santa Cecilia. También escuchaba los cantos de todos los alumnos y los aplausos que me daban. Podía observar a lo lejos las banderas que llevaban los jóvenes.

Al entrar al Colegio pude observar que las personas estaban locas por verme. Hicieron un revoltijo detrás de mí. Cuando yo iba entrando, vi que debajo de mí había unas alfombras que habían hecho por la mañana lo jóvenes alumnos de estos colegios de Santa Tecla.   Qué lindas las alfombras. Y vi el logo que decía El Salvador y decía las fechas de mi venida.  Lo que más me conmovió era ver cómo las personas aplaudían mientras yo pasaba. Había personas que lloraban y que tenían una camisa muy bonita. tenían binchas sobre el logo que acabo de mencionar, y la foto donde salgo estaba yo más joven.

En el camino para llegar hacia mi lugar indicado pude  observar a muchas personas muy felices que, al verme sonreían. Cuando llegué a mi lugar indicado, pude observar  que había muchas personas importantes en una mesa de honor, los directores de los colegios,  el alcalde de Santa Tecla y a otras personalidades más. Escuché palabras muy linda sobre mí que el padre Heriberto había mencionado. También logré escuchar lo que dijo el alcalde Oscar Ortiz. Y me dieron un reconocimiento.

Al terminar mi peregrinación y las palabras que me daban las personas importantes, vi cómo se hacia una gran fila para ver mi cuerpo que estaba hecho de cera, pero dentro traía una caja donde se encontraba mi brazo de verdad. También pude ver cómo las personas estaban muy felices porque yo me encontraba en ese lugar, escuchaba muchas plegarias que me conmovían y yo decidí ayudarlas o hacer lo posible por ayudarlas. También logré ver tanta gente que estaba tomándome fotos de recuerdo por mi llegada.

A las doce de la noche salí con mi espíritu a ver las instalaciones del Colegio donde estaba y vi tantas personas cansadas durmiendo en pasillos. Estaban ahí sólo porque mi imagen estaba ahí. Me alegré tanto que yo fuera para ellos un gran ejemplo a seguir. También veía que había más jóvenes que personas adultas. Quizás por eso me llaman padre y amigo de la juventud, porque en mi juventud me dediqué a ayudar a los jóvenes. A pesar de eso, había adultos ahí y yo era su gran ejemplo.

Después de ver las instalaciones y ver a miles de jóvenes, decidí ir a descansar y hablé con Dios y le conté sobre las plegarias que había escuchado y le dije que por favor a las personas de ese país no las desamparara porque estaban muy necesitadas de ayuda, ya que ese país iba de mal en peor, y que por favor en mi nombre hiciera algo, porque ese país me había tratado con tanto cariño, que en ningún otro país había sentido lo mismo, sobre todo en ese colegio, ya que fue tan lindo encontrar personas como las que había en esa ciudad.

A la mañana siguiente era mi despedida. Pero antes había una misa en mi nombre. Gracias a  mi llegada, había personas que se fueron a las 12:30 de la madrugada, y a las 6:30 ya estaban de nuevo ahí. No les importó estar desveladas para llegar a  darme la despedida de esa linda cuidad donde vivían. Los alumnos de los colegios salesianos llegaron muy temprano para estar en mi misa de despedida. Podía ver qué lleno estaba el colegio, no sólo de alumnos sino de personas particulares.

Hicieron una misa tan linda a mi nombre. La misa la dio un padre que era de la ciudad de Guatemala que había estado en cada una de mis peregrinaciones y eso que estaba en malas condiciones. Me refiero a  que había sido operado de su ojo y no podía estar saliendo de su país, pero no le importó su dolor ni siquiera el riesgo de recaer. Desde que llegué a Panamá  estuvo en cada momento para disfrutar mi venida.

Ese día en la mañana llegaron más alumnos a verme. Vi a un alumno que empezó a hablar conmigo desde sus oraciones. Era un alumno que venia de un colegio marista. Desde chiquito había seguido a mi amigo Marcelino Champagnat. Me conmovió tanto escucharlo cuando me decía: me siento alumno salesiano, es un gran placer haber visto una imagen idéntica a ti y haber conocido a profundidad tu vida y cada una de las obras que hiciste en todo el mundo.

Esta fue una de las oraciones que más me alegró porque podía ver a un alumno que había sido marista y sabía la vida de otro santo que ayudó a los jóvenes. Pude ver que él ya era un salesiano más, uno más de mis seguidores que, a pesar de no conocerme tanto, en pocos meses de estudiar ahí en una de mi obras ya era uno más de mi familia, uno de los millones de salesianos en todo el mundo.

Al terminar mi misa llegó el momento más triste porque era mi partida. Ya no iba a estar con ellos. A pesar de todo, a cada persona que estuvo ahí la llevo muy dentro de mi corazón. Gracias a  cada uno de ellos, mi obra funcionó y ha ayudado a cambiar a las demás personas. Me siento muy orgulloso de lo que han hecho mis sucesores en mis obras. Cuando me llevaban las señores de seguridad del Colegio Santa Cecilia pude ver su tristeza, pero por dentro pude ver su alegría por ver una imagen idéntica a mi persona.

Al final, pude ver que las demás personas, alumnos y particulares, habían quedado tristes porque me iba de ahí. Pero sabían que me podía ir en esa estatua, pero no me podían sacar de su corazón, porque yo era algo fundamental en su vida y algo que querían que siempre quedara ahí, porque yo, con todo lo que llegué a ser, soy el ejemplo a seguir.

Salía del Colegio Santa Cecilia y era trasladado a otro colegio salesiano, pero éste se encontraba en San Salvador. Ahí también me recibieron con cariño y tuve una misa y la peregrinación de las personas salesianas. El alcalde de San Salvador dijo unas palabras para mí. También estuve en otra vigilia para que las personas de San Salvador fueran a verme y a pedir por lo que necesitaban.

El 31 de julio salí hacia Guatemala para seguir viendo mis obras. Seguiría con mi rumbo para visitar los demás países. Hasta el año 2015 llegaré a Turín, Italia, para mi celebración de los 200 años de nacimiento.

 

Diego Villacorta ingresó este año a primer año de bachillerato en el Colegio Santa Cecilia. Proviene del Colegio Champagnat, de los Hermanos Maristas.

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