¿En qué nos parecemos a Dios? La que aparece en el título parece una pregunta un poco soberbia, sin embargo vale la pena hacérnosla frecuentemente pues ¿acaso no somos “imagen y semejanza” de Dios?

Cuando escuchamos el relato de la Transfiguración de Jesús nos podemos preguntar... ¿qué es transfigurarse? Para los apóstoles que vivieron ese momento fue una revelación del mismo Jesús, o mejor, la confirmación de lo que ya sabían: que Él era el Hijo de Dios. Muestra en ese momento su divinidad, deja ver aquello que, bajo su apariencia humana, no estaba al alcance evidente de quienes lo seguían, revela su filiación con el Padre; y afirma que en él están contenidos la ley y los profetas; que él es la plenitud de la revelación de Dios. Por otro lado, el éxtasis al que llegaron los apóstoles debía transformarse en fuerza y valentía para ver a Jesús en el otro monte: el Calvario, donde estaría ya no tan reluciente y "divino", sino cruelmente maltratado. Fue una experiencia que se debe traducir a nuestra oración diaria: cuando más nos encontramos a gusto ante Dios y tenemos un diálogo que nos alegra, es cuando más estamos invitados a compartir con los demás dicha alegría, pues una oración sin obras, se convierte en algo estéril y vacío. Podríamos decir, junto a otros santos, que Jesús “nos saca a patadas de la capilla para compartir esa experiencia con los demás”, es decir “bajar del monte”. Claro, es evidente que antes hay que tener experiencia del amor de Dios para poder compartirlo pues “nadie da de lo que no tiene”. Ante esto, vale la pena preguntarse también si estamos dispuestos a estar con Jesús en ambos montes: el Tabor y el Calvario… Si nuestro deseo de seguirle es tal que estamos dispuestos a “estar de pie junto a la cruz”.

Volviendo a la pregunta inicial, Jesús revela su aspecto divino, su entera y amorosa comunicación con el Padre y nos enseña a nosotros algo importante: que nosotros también podemos transfigurarnos. ¿Cómo? Primero, recordando que fuimos creados por amor a imagen y semejanza Suya, es decir que somos reflejo de nuestro Creador pues, a fin de cuentas, todo artista deja su huella en la obra que realiza, al punto de que alguien, al ver la obra, descubre y distingue al artista. Luego, podemos transfigurarnos cuando nos dejamos iluminar por entero con su amor, dejar que su luz llegue a aquellos oscuros recovecos de nuestro interior y nos transforme. La luz que él nos brinda es su Gracia: es el regalo que él nos da para poder amar.

Es decir que, cuando nos dejamos llenar e iluminar por Él, somos capaces de amar mejor... es algo directamente proporcional: mientras más lo conocemos, más somos capaces de amar; mientras más nos abrimos a su gracia, más nos sentimos amados. Es la cualidad que mejor define a Dios: el Amor pleno, y es el anhelo que está inscrito en el corazón de toda persona: el amar y sentirse amada. Entonces nosotros, al ser criaturas de Dios, además del don de la vida y de todo lo que él nos da, tenemos algo especial: ¡podemos amar! ¡Somos capaces del amor! ¡Nos sentimos amados!... así que nuestra transfiguración consiste en dejarnos amar plenamente por él, para que se revele así algo magnífico en nosotros: el amor. Así es, nos parecemos a Dios en cuanto que somos capaces de amar; y ese anhelo se encuentra satisfecho en Dios mismo, pues Él es el Amor y nosotros, como cristianos, estamos llamados a la “perfección de la caridad”, es decir a la santidad. ¿Qué es transfigurarse? ¿Qué es la santidad? Reconocer que estamos capacitados para amar ¡y hacerlo!

El hecho de la Transfiguración nos remite al misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Nos ayuda a pensar que, por el gran amor que Dios nos tiene, fue capaz de entregarnos a su Hijo para revelarnos su rostro de amor y misericordia y que, al mismo tiempo, nos capacita para compartir el amor que hemos experimentado con aquellos que se sienten lejos, solos o abandonados. En la resurrección contemplamos a Jesús glorificado y victorioso. Sin embargo nunca se puede separar la resurrección de la cruz. Una le da sentido a la otra; una explica a la otra. Entonces, ¿nos atrevemos a cambiar nuestra vida y aceptar la que él nos ofrece? ¿Somos capaces de resucitar con él?

Valdría la pena preguntarse en el examen de conciencia si somos conscientes de que Dios quiere que nos parezcamos a él amando ¿Cómo desperdiciamos esa capacidad? ¿Qué áreas de nuestra vida no están transfiguradas, es decir están incapacitadas de amar? ¿Los demás ven en nosotros el amor de Dios? Que nuestra visión de un Cristo Transfigurado nos dé la fuerza para llevar su mensaje de amor a todos aquellos que se sienten solos, tristes, abandonados o sin amor ni esperanza.

"Él nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde siempre, Dios dispuso darnos su gracia..." (2Tim 1, 9)

 

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