Los jóvenes nos sorprende Es innegable que las cosas han cambiado y que la situación juvenil nos preocupa y algunas veces hasta nos quita el aliento y desilusiona. Pero también nos sorprenden. Son como rayos de luz que se cuelan entre nubarrones espesos.

El año pasado llamé a diez jóvenes como colaboradores en la misión de semana santa. Este año fueron veintidós. Disponibles y entusiasmados, tal vez ni siquiera sabían con qué se encontrarían. Me sorprendió su capacidad de aventarse sin dudar ante la propuesta apostólica de celebrar las fiestas pascuales. Abrieron sus grandes ojos cuando les dije que conmigo irían solo diez. Los demás serían distribuidos en varios pueblecitos diseminados en el territorio de dos parroquias lejanas. Al principio se asustaron, pues tendrían que hacer muchas cosas solos. Pero el susto se esfumó rápido y dio paso a una desbordante alegría: la semana santa sería diferente.

También para mí fue diferente. Celebrar esas fiestas con ellos fue como colorearlas de novedad y creatividad, a veces en choque con mis esquemas litúrgicos y la tradición. Les abrí las puertas y ellos entraron como ráfaga de viento.

Equipaje mínimo, un sleeping, una guitarra y un abrigo para el frio, mucha alegría, música, dinámicas, experiencias y un mensaje cristiano con lenguaje juvenil. Los dejé que anunciaran a Jesucristo con su ruido y sus inventos. Me sorprendió que no olvidaran la razón de la aventura: anunciar a Jesús.

Aquellos pueblecitos montañosos acostumbrados a formas religiosas muchas veces anticuadas e incomprensibles fueron, por una semana, sacudidos por la energía juvenil que contagió a niños, jóvenes, adultos, ancianos, enfermos, laicos… y al mismo sacerdote. Al final, terminamos saludándonos como si nos conociéramos desde hacia mucho: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Juana, una anciana enérgica, adorable y divertida, se acercó sonriente a despedirse al finalizar la misa del Domingo de Resurrección. Junto con el abrazo respectivo, tomó mi mano para entregarme su fortuna, mil colones, poco menos de dos dólares. Ese dinero símbolizaba su gratitud.

- Cómpreles algo a los chiquillos…un fresquito y un pancito…

- ¿Un fresco y un pan…para todos? – le dije sonriendo y dudando.

- Para todos-, afirmó.

Ese gesto significaba que éramos importantes para ella, que habíamos sido capaces de llegar hasta sus más sencillos y profundos sentimientos. Había encontrado en nosotros a jóvenes sorprendentes, alegres vivos y sonrientes. Nosotros cumplimos nuestra misión y ella nos lo dio todo.

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