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¿Hay delito de homicidio cuando se da muerte al agresor injusto en legítima defensa privada? ¿Es lícita la autoprotección o protección privada de la vida? ¿No habrá, al ejercerla, usurpación o atribución abusiva de facultades que corresponden al Estado? ¿No se quebrantará, y gravemente, con el «no matarás» del Decálogo y el mandamiento del amor al prójimo del Nuevo Testamento?

En favor de la licitud de la legítima defensa, aun cuando la misma lleve consigo la muerte del agresor, se aducen los siguientes argumentos: el de la conservación de la propia vida, como exigencia natural y primaría; el de la colisión de derechos, que da mayor rango a los del agredido que a los del agresor; el de la seguridad social, que exige en todo caso una acción defensiva contra la acción ofensiva violenta.

La opinión que estimamos más acertada, la legítima defensa que, en ocasiones, es, sin duda, un derecho heroicamente renunciable, en otras es una obligación a la que no es lícito renunciar.

La legítima defensa, en tales supuestos, es un derecho-deber, sagrado y verdadero, como dice Charrará, o más bien, un derecho que nace de un deber.

León XIII, dijo que hay circunstancias en que «la resistencia es un deber». La legítima defensa será un derecho, como lo es, sin duda, ofrecer la otra mejilla.

¿En la situación de violencia que viven los países de CA será legítima defensa aprobar la pena de muerte?

Un número cada vez mayor de personas son infieles a sus parejas. No importa la extracción de clase social, la cultura o el nivel educacional, dadas ciertas condiciones, cualquiera puede caer en el juego de la aventura “prohibida”: a veces Eros flecha por la espalda.

Los consultorios de psicología están repletos de personas que creyéndose intocables terminaron involucradas en la más  retorcidas aventuras o en relaciones de amantes especialmente complejas y difíciles de terminar.

Los individuos que sostienen vidas  paralelas, pareja/amante, suelen estar atrapados por un conflicto aparentemente irresoluble  porque lo quieren todo: “No soy capaz de dejar mi amante, ni dejar mi pareja…”. Y mientras la indecisión se mantiene, la contradicción se agudiza.  

En lo más profundo de su ser, los que han abierto sucursales afectivo/sexuales, quisieran unir a sus dos “medias naranjas” mágicamente y crear un Frankenstein amoroso que resuelva la esquizofrenia emocional. Lo que llama la
atención es que la mayoría cree que el milagro es posible.

El conflicto inmoviliza e idiotiza, los envuelve en un limbo donde nada prospera y los aspectos más vitales de la vida, quedan suspendidos o funcionando a media máquina opacados por una pasión o un “amor” fuera de serie.

La infidelidad es la principal causa de divorcio y maltrato conyugal. Es motivo de depresión, estrés, ansiedad, pérdida de autoestima y una gran cantidad de alteraciones psicológicas,  es el lado más traumático del amor descarrilado.

¿Qué es ser infiel?: romper traicioneramente un acuerdo efectivo/sexual preestablecido. Todo comportamiento infiel tiene una dimensión ética, que no podemos escabullir, porque entre otras cosas, lo que más duele es la mentira y la trampa de la persona amada.

La persona infiel, bajo los efectos de enamoramiento o de la atracción sexual suele ser víctima de una mutación, una transformación radical en sus principios, en sus metas y motivaciones básicas, de allí que el engañado o engañada consideren que su pareja “ya no es la misma”. La infidelidad afecta a todos los implicados y no para bien, no queda títere con cabeza y todo vuela por los aires.

Considerando la importancia del tema y sus tremendas implicaciones para la salud mental y la supervivencia de la estructura familiar, es apenas natural que se intente prevenir el comportamiento infiel.

Esto no significa que uno deba insistir y persistir irracionalmente en una relación de pareja enfermiza o sufriente, sino que hay métodos mejores y más inteligentes que buscarse un sustituto para compensar el déficit; una separación bien llevada siempre es mejor que una vida repleta de engaños.

La excusa que afirme: “Tengo amante, porque mi pareja es un desastre”, no tiene mucho sentido, porque si es “un desastre”, ¿para qué seguir allí? ¿No sería mejor ser libre para estar con alguien que valga la pena y sin infidelidades?

La mejor manera de prevenir la infidelidad es conocer su dinámica, desprenderse de los mitos que la rodean, entender cómo se nos cuela y descubrir las causas que la ponen en funcionamiento.

Este conocimiento “sustentado”, junto a una actitud realista frente al problema, nos llevará  a una conclusión interesante: para ser fiel hay que mantenerse en un estado de “alerta naranja”.

La fidelidad no es ausencia de deseo (nadie puede asegurar que nunca le gustará nadie más), sino producto de la voluntad y una decisión consciente.

En otras palabras: la fidelidad es autocontrol y evitación a tiempo. Cuando sospechamos que alguien puede llegar a gustarnos de verdad (en el sentido de movernos el piso)  o cuando sentimos el primer pinchazo de la
atracción y no queremos  ser infieles, la mejor opción es alejarnos de la tentación y no jugar con fuego.

Resulta paradójico  que sean  precisamente  las  personas que se perciben a sí mismas como radicalmente “incorruptibles” las que más probabilidades de enredarse en amores clandestinos ¿La razón?: la mayoría está convencida que el amor les provee una armadura a prueba de encantos y los hace inmunes a la infidelidad.  
Insisto la fidelidad es un acto de la voluntad y no del corazón.

Hoy en día muchos escogen la cohabitación (convivencia en pareja) en lugar del matrimonio como primera forma de convivencia con la persona amada. Algunos deciden vivir así para siempre; muchos acuden al matrimonio después de esta experiencia y, en cualquier caso, parece que es una fórmula que resulta atractiva a muchos jóvenes de hoy.

 

Los estudios que están apareciendo, en la actualidad, sobre la cohabitación indican que la cohabitación antes del matrimonio aumenta el riesgo de divorcio una vez casados. Parece que la cohabitación puede cambiar la actitud de la pareja ante el matrimonio. Las personas que cohabitan son menos entusiastas ante el matrimonio y la paternidad. La institución del matrimonio les atrae menos y, cuando se casan, parece que tienen menos éxito y son más favorables al divorcio. La cohabitación seriada le hace a uno cambiar más fácilmente de pareja antes problemas que, de otra manera, podrían solucionarse con un esfuerzo de ambos, porque uno se puede acabar acostumbrando a las rupturas. El nivel de “certeza” o de “seguridad” sobre esas relaciones acaba siendo menor.

 

No parece que se aprenda a amar mejor con múltiples experiencias y estas experiencias son, por el contrario, previctorias de fracaso en el futuro. Algunos estudios indican que cuanto más larga es la experiencia de cohabitación, más se fija la costumbre/norma de “bajo nivel de compromiso” y esto dificulta el mantenimiento del compromiso del matrimonio si se casan.

 

No podemos negar que hay una diferencia entre personas que viven juntos teniendo la intención de comprometerse para siempre (existe en este caso la voluntad de perdurar si bien no lo han hecho de un manera explícita) y aquellas sin dicha intención. Sin embargo, se diferencian del matrimonio en la fuerza y validez que indiscutiblemente da el compromiso solemne ante terceros.

Por: EFE

El apetito consumidor que existe en el mundo no sólo ha perjudicado por igual la vida de ricos y pobres, sino que mantiene un ritmo insostenible, según el "Informe sobre el estado del mundo en 2004" publicado por el Instituto Worldwatch (Una mirada sobre el mundo).

 

La necesidad de gastar sin motivo aparente, de una manera compulsiva, se está convirtiendo en una obsesión de los mayores que se empieza a contagiar a los más pequeños. Los periodos de rebajas o descuentos en grandes almacenes y tiendas suelen ser los peores. 

Las Organizaciones de Consumidores y Usuarios recomiendan que se ejercite un “consumo racional y lógico” e incluso indican que se elabore una lista de los productos que realmente se necesitan antes de lanzarse a la calle con el dinero en el bolsillo.

 


SÍNDROME DE LA MODA

El llamado "Síndrome de la moda" es el fenómeno más reciente y sobre él se están estudiando gran número de casos en todo el mundo. Los expertos han definido el "Síndrome de la moda" como un comportamiento patológico que se caracteriza por la dependencia creciente del deseo de adquirir ropa y complementos del vestir que no son necesarios, hasta el punto de que los afectados regalan poco tiempo después prendas cuya compra representó un serio quebranto para su economía.

 

La mayor parte de los casos estudiados demuestran que la persona adquiere ropa o complementos no solo innecesarios, sino inapropiados para el estilo o la personalidad del comprador, incluso tallas mayores o menores de las que se necesitan. Estas adquisiciones desproporcionadas acarrean sentimientos de culpa, descenso de la autoestima y numerosos problemas con la familia.

 

Las personas más propensas a padecer este síndrome son mujeres entre los 18 y los 35 años con un nivel económico medio-alto y estudios preferentemente medios e incluso universitarios. El culto a la belleza motiva todo tipo de gastos de tiempo, dinero y energía, y no hay mejor forma de demostración del propio estatus que la utilización ostentosa del atuendo.

 

En cualquier caso, no debe confundirse el consumismo moderado, el de permitirse un capricho que levanta el ánimo en un día desmoralizador con la compra a discreción, que es lo que define el síndrome de la moda. 


LOS NIÑOS, AFECTADOS 

El problema se complica cuando se trata de niños o adolescentes. Nadie les ha educado ante el consumo y son las principales víctimas y las más indefensas ante el consumismo masivo que bombardea constantemente la publicidad de una u otra forma.

 

Para empezar, para los niños el dinero no está ligado a esfuerzo personal alguno. Es como el Gran Maná que baja del cielo, se pone en sus manos y les sirve para adquirir algún que otro capricho.

 

Los padres pasan poco tiempo en casa y lo solucionan poniendo a la disposición de sus hijos su tarjeta de crédito. La Asociación Mexicana de Estudios del Consumidor (Amedec) señala en uno de sus informes que muchos padres usan a la televisión como "niñera electrónica", que actúa, aparentemente, como un "narcótico" para los niños.

 

La Amedec afirma que "la TV rinde culto a la agresividad, el militarismo, la fuerza física, el liderazgo sin trabajo de equipo, sin solidaridad ni respeto". Bajo la influencia de la televisión, advierte la organización, los niños "se hacen irritables, caprichosos, cansados, permanentemente insatisfechos, por lo que buscan el consumo compulsivo de refrescos, bebidas, frituras, pastelillos o golosinas”.

 

María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Complutense (Madrid-España) afirma que los más pequeños “observan el consumo como una manera fácil de conseguir la felicidad. Muchas veces asocian las compras con una muestra de afecto. Más me compran, más me quieren”.

 

ENFERMEDADES DEL CONSUMISMO

El Instituto incluye a la obesidad como "enfermedad del consumismo". "El mundo consume productos y servicios a un ritmo insostenible, con resultados graves para el bienestar de los pueblos y el planeta", y agrega que más de 1,700 millones de personas ingresaron durante gran parte del siglo pasado a la "clase consumista" y adoptaron dietas, sistemas de transporte y estilos de vida hasta ahora limitados a Europa, América del Norte y Japón.

 

Christopher Flavin, presidente del Worlwatch Institute, afirmó durante la presentación del informe, que "el aumento del consumo ha ayudado a atender necesidades básicas y a crear fuentes de empleo. Pero en este siglo, el apetito consumidor sin precedentes destruye los sistemas naturales de los que todos dependemos y hace aún más difícil que los más desfavorecidos satisfagan sus necesidades básicas", añadió.

 

Flavin afirmó que los mayores índices de obesidad y deuda personal, escasez crónica de tiempo y degradación ambiental son síntomas de un consumo excesivo que reduce la calidad de vida para mucha gente.